I
Queridos hermanos,
cuando se acercan los días de la santa Cuaresma,
oremos a Dios con humildad de cuerpo y alma.
Y, aunque todo el tiempo de nuestra vida
debe estar el alma dedicada
al servicio del que nos creó a su imagen,
los ejemplos de los padres nos dicen
que debemos observar las prescripciones de estos días
de manera especial,
y eso nos lo enseñan lo mismo de palabra que de obra,
porque ellos pusieron en práctica primero
lo que nosotros debemos imitar:
Traigamos primero a colación a Moisés, el legislador;
que en tal número de días, en la cima del alto monte,
no se alimentaba más que de la palabra de Dios
que conservaba con él.
El segundo que nos sale al encuentro es Elías, el profeta,
que caminó con la fuerza que le dio una sola comida
durante cuarenta días, hasta una montaña elevada,
donde escuchó de la sagrada boca
los anuncios acerca de la salvación de los hijos de Israel.
El tercero es el mismo Señor nuestro Jesucristo,
que en el interior del desierto,
por otros tantos cuarenta días,
venció todas las tentaciones del diablo.
Enseñados por estos ejemplos,
esforcémonos durante estos cuarenta días
en expulsar de nosotros la levadura de la maldad,
para que merezcamos encontrar después
los ázimos de la sinceridad y la verdad.
Amén.
Por la misericordia del mismo Dios nuestro,
que es bendito y vive y todo lo gobierna
por los siglos de los siglos.
Amén.
(Misal hispano-mozárabe)
II
Verdaderamente es digno y justo, oportuno y saludable,
que te demos gracias, Señor, Padre Santo,
Dios omnipotente y eterno,
por Cristo nuestro Señor.
Él es tu Hijo unigénito, que mora en tu gloria;
en él se nutre la fe de quienes ayunan,
se levanta su esperanza,
se robustece su caridad.
Porque Él es el Pan vivo y verdadero,
que descendió de los cielos
y habita siempre en los cielos;
alimento de eternidad y manjar de fortaleza.
Pues tuVerbo,
por quien fueron creadas todas las cosas,
no sólo es pan de los hombres, sino también de los ángeles.
Alimentado con este pan,
Moisés, tu siervo,
ayunó cuarenta días y cuarenta noches
cuando recibió tu Ley;
y se abstuvo de manjares carnales
para hacerse más sensible al sabor de tu suavidad,
viviendo de tu palabra,
cuya dulzura contemplaba en espíritu
y cuya luz recibía en el rostro.
Por ello,
ni sintió el hambre del cuerpo
ni se acordó de los manjares de la tierra,
pues le iluminaba la contemplación de tu gloria,
y, bajo el soplo del Espíritu,
le alimentaba la divina palabra.
Sírvenos, Señor,
durante los cuarenta días que hoy comenzamos,
para iniciar la maceración de la cuaresmal abstinencia,
este Pan, por el cual nos exhortas sin cesar a sentir hambre.
Cuya carne,
por ti mismo santificada, cuando la comemos, nos robustece,
y cuya sangre, cuando la bebemos sedientos, nos lava.
Amén.
(Missale Gothicum)