Solemnidad de Santiago, apóstol

26 de julio de 2024

Santiago apóstol

Solemnidad de Santiago, apóstol

¿Qué pasa cuando le pedimos algo al Señor y no se cumple? ¿Qué pasa cuando alguien que nos ha dicho “pedid y se os dará” no da lo que se le pide? Jesús nos invita en el evangelio a una confianza que se ve probada cada vez que no sucede lo que ante Él ponemos.

Hay una frase que resuena siempre en este relato que hemos escuchado: “Mi cáliz lo beberéis”. El Señor ya está esperando a los discípulos que van a pedirle, por medio de su madre, con una promesa heladora. “Pedid, y beberéis mi cáliz”, parece que les va a decir el Señor.

Jesús propone a sus discípulos un cambio de mentalidad necesario. Les pasa, unos siglos después, a los seguidores de Benito de Nursia, de Francisco de Asís, de Teresa de Ávila. Son seguidores que se han sentido atraídos a la vez por el fuerte carisma de sus líderes y por la presencia espiritual del Señor, pero se han visto llamados a una conversión personal y profunda que se realiza por elementos menos cómodos, agradables y sensitivos: “Mi cáliz lo beberéis”.

La búsqueda legítima del éxito, de lo atractivo, de lo aparente, está sometida, en los discípulos, a algo que es innegociable: el cáliz. O vivimos el camino de seguimiento del Señor dejándonos llevar por Él, por caminos lejos de nuestro confort, o no le seguiremos. Santiago y Juan nos ponen hoy ante una realidad necesaria para seguir a Jesús, y es que lo que marca nuestro vínculo con Él no es que el Señor cumple nuestros cálculos, sino que en su cáliz nos ofrece una comunión que nos da el cielo, que supera todo cálculo nuestro, venciendo una espiritualidad cómoda, que nosotros le ofrecemos a Dios, pero lejos de su cáliz.

Cuenta Thomas Merton en su autobiografía que paseaba un día por la Sexta Avenida en Manhattan, con un amigo suyo al que le contaba cómo se había convertido a la fe y cuales eran sus inquietudes espirituales, cuando su amigo le preguntó: “¿Qué esperas de la vida, Tom?” A lo que él respondió: “Supongo que ser un buen católico”. Y su amigo le rebatió al momento: “Eso no es suficiente, se trata de ser santo”. Merton, converso, quería un buen sitio con Jesús, pero le acababan de decir: “Mi cáliz lo beberéis”.

La verdadera sobriedad espiritual consiste en elegir lo que verdaderamente hace Dios y viene de Dios, no todo lo que se nos ocurra a nosotros sobre Dios y el mundo. Decía el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si: “La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos”. Viene bien recordar estas palabras también al llegar las vacaciones.

Hay que saber cuándo pensar a lo grande nos acerca a Dios, pero también cuándo nos aleja de Él. Santiago y Juan, los Doce, pensaban a lo grande pero no para Dios, pedían a lo grande, pero no para gloria de Dios. Hay una sana sobriedad que pide una constante renuncia a uno mismo por un bien mayor, no menor. Es la puerta estrecha del Evangelio, que reclama sencillez, humildad, obediencia, constancia, orden en las prioridades… es decir, lo que tantos santos, Santiago el primero, nos han enseñado en España a lo largo de veintiún siglos.

Para que la Iglesia florezca de nuevo en nuestro país, no basta con pedirlo, hay que hacer un camino de conversión que empieza en nosotros y, desde nosotros, va tocando a los que están cerca de nosotros, a los que viven con nosotros, a los que veranean con nosotros, a los que se quieren conformar con “ser un buen católico”. Y así se cumple que “el que quiera ser primero sea último de todos y servidor de todos”. Cuando Jesús le dice a la madre de los Zebedeos: “¿Qué deseas?” nos lo dice a nosotros, y hay que pensarlo bien. “Mi cáliz lo beberéis”, es lo que vamos a escuchar. Yo ¿qué deseo?

Llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro, decía san Pablo, es cierto, pero el tesoro es un cáliz, un testimonio vivo, una santidad que, la pidamos o no, es la propuesta que el Señor ha hecho a Santiago, a los españoles, y a todos los bautizados.