El contexto para entender las lecturas que acabamos de proclamar es el evangelio del domingo pasado, ¿lo recuerdan? Jesús multiplica los panes y los peces para dar de comer a una multitud. Los que, en el monte, padecían escasez, por la acción de Jesús, reciben abundancia para saciar su hambre.
La primera lectura nos pone en la pista de un suceso conocido y opuesto. El pueblo de Israel, cuando fue liberado de la esclavitud en Egipto por Moisés, pasó de la abundancia, pues allí tenían de todo para comer bien, pero no tenían libertad, a salir al desierto y no tener prácticamente de nada, pero ser libres en el camino a la tierra prometida. Los egipcios les facilitaban lo necesario para el cultivo y la alimentación, pues eran su mano de obra. Sin embargo, al liberarlos Moisés y llevarlos al desierto, perdieron lo que habían cosechado, la carne o el pescado que los egipcios les pudieran conseguir. Ni siquiera podían hacer pan.
Así, tener de todo no significa ser libres, quien tiene de todo seguramente vive esclavitudes difíciles de superar. ¿Es mejor disfrutar de todo estando sometidos o padecer necesidades pero ser libres?
Israel pasó de la abundancia a la escasez, pero de la esclavitud a la libertad. Y Dios viene en su ayuda, y les ofrece una especie de planta, como de semillas de cilantro, que les servirá como alimento fundamental: es tan desconocido para ellos que lo llaman maná, que es una palabra hebrea que se traduce, como decía la lectura, como “¿qué es esto?”
Desde una perspectiva pragmática, la queja a Moisés es razonable: como esclavos teníamos de todo, menos libertad, como libres no tenemos la variedad y abundancia de alimento, porque la libertad supone a menudo un largo camino por el desierto, lleno de privaciones e incomodidades, hasta gustar lo que Dios nos ha prometido. ¿Qué preferimos?
Algunos asumieron ese maná, al que llamaron “pan de ángeles”, por su falta de cuerpo y su aparición misteriosa. Estos llegaron a la tierra prometida. Pero los que no creyeron en ese pan murieron en el desierto por no valorar el don recibido.
Lo creyente es lo opuesto de lo pragmático, cuando el hombre intenta hacer de la fe algo práctico, útil, la fe no funciona: creo para tener salud, o para tener milagros, o para que mi familia no sufra nada. La fe no manda a Dios lo que tiene que hacer o lo que no. Por eso, Jesús advierte a los que le buscan en el evangelio: “me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”.
Pero, ¿para qué era el maná? Su función primera era alimentar al pueblo en el tránsito por el desierto; tuvieron maná hasta que llegaron a la tierra prometida, allí cesó el maná e Israel se pudo alimentar de los frutos de aquella tierra. Pero su función más importante, la principal, era la de ser el anuncio de que el verdadero y mismo Hijo de Dios alimentaría como pan a todos los hombres. Los que comieron aquel pan, se saciaron pero murieron, pero quien coma de este, físicamente no se sacia, pero vive para siempre. Jesús dice: “Yo soy el pan de la vida”.
La verdadera fe no allana el camino de lo inmediato, sino que ayuda a mirar a través de lo escabroso, de lo contrario. Por eso, mucha gente se aleja de la fe cuando aparecen las decepciones o las contrariedades, porque el maná no les parece la solución que esperan. En el seguimiento de Jesús es habitual tener que elegir entre abundancia y libertad, y a veces toca elegir libertad pero queremos abundancia. La fe en Jesús supone una certeza sobre todo: Dios está conmigo y esa es la mayor abundancia, mi mayor riqueza.
Pero también sabemos que la fe supone renuncias, que no se puede cuadrar el círculo, que seguir a Jesús supone tener que decir que no a excesos que cometemos, a malas relaciones que se nos plantean, en resumen, a abundancias que nos quitan libertad, nos hacen olvidar la presencia de Dios y la promesa de una tierra nueva. La eucaristía no encaja con todo, hay formas de hacer que no cuadran bien con ese pan, y piden renuncia.
La fe lleva a saber comer: en el año 589, el III Concilio de Toledo manda que el Credo sea introducido en la misa en España, como una preparación para la comunión: quien sepa creer, que se acerque a comer. La Iglesia entendió que la continuidad de la relación con Jesús, que su respuesta a aquella petición del evangelio, era la eucaristía.
Igual nos pasa como a Israel con el maná, que la eucaristía nos parece un alimento escaso, nada aparente, pero sin la comunión nuestra fe es cada día más débil. Pero comulgar bien preparados. ¿Comulgo? ¿Por qué no comulgo? ¿Podría prepararme bien y comulgar?
No es la abundancia el termómetro de nuestra vida, lo es la libertad, y esta viene de la comunión con Dios. Miremos en qué punto está nuestra vida, de qué abundamos y cuál es la libertad que nos reclama, para saber lo cerca o lejos que estamos de la tierra prometida.