Seiscientos trece. Los mandamientos que la ley de Israel prescribe para su pueblo son seiscientos trece. Dios da a su pueblo en el monte Sinaí diez mandamientos, que concluye como hemos escuchado en la primera lectura: “No añadáis ni suprimáis nada a estos mandamientos”, pero Israel comienza a vivir como pueblo de la Alianza, a relacionarse con Dios, y eso se resume en que pasa de los diez mandamientos a seiscientos trece.
¿Eso es legítimo? ¿Qué peligro supone? Jesús lo explica en el evangelio a sus discípulos, para que sean conscientes de lo que es principal y no lo confundan con lo que no lo es. De hecho, fácilmente se nos podría advertir: con la cantidad de normas morales, canónicas, litúrgicas, etc… también la Iglesia se ha alejado del único mandamiento del Señor, el del amor. ¿Dónde han quedado los diez mandamientos de la ley de Dios? ¿Dónde el mandato del amor?
Quizás sea de ayuda que volvamos a las lecturas de hoy para entender la importancia de su correcto orden y aplicación: ¿Para qué esos mandamientos? ¿Para qué tienen que servirnos la ley que Dios nos ha dado y la que los hombres hemos hecho nacer de aquella? ¿No se pueden mejorar los mandamientos, no se pueden eliminar o actualizar? ¿No sería mejor una forma de vivir la religión más relativa, que se amoldase a cada tiempo y persona?
Decía la primera lectura: “Cuando los pueblos tengan noticia de todos ellos dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente”. ¡Son sabios! ¡Son sabios e inteligentes! Cuando los pueblos vieran la cercanía de Dios y la obediencia de su pueblo, creerían. Es decir, o los mandamientos sirven para creer, o sirven para la hipocresía. Paradójicamente, hoy los mandamientos de la ley de Dios no son vistos por el mundo como signo de sabiduría, parece más bien al revés, cumplir la ley de Dios parece una cosa de insensatos, pero adaptarla o eliminarla según tiempos o modas es visto como algo mucho más inteligente.
Si dejamos de lado como piensan los de fuera, los que al no conocer a Dios no encuentran sentido en obedecerle, debemos mirar si a nosotros los mandamientos nos ayudan a creer, son un acto de fe y un testimonio, y en ese caso obedecemos, o actuamos ante ellos con hipocresía, como advertía el Señor, buscando en ellos un beneficio propio, un interés particular. Decía san John Henry Newman que “la hipocresía es buscar la alabanza de la gente mediante una manifestación de religiosidad exterior sin darse cuenta de que está amando su propia alabanza más que la alabanza de Dios”.
Una de las constantes advertencias de Jesús a los discípulos pasa por lo que hoy critica a los fariseos. Verse con el maestro, en lugares privilegiados, escuchando cosas tan especiales… es fácil que los discípulos se vieran tentados de dejarse llevar por la vanidad, la ostentación o la hipocresía. Y Jesús por eso les sugería una y otra vez: “Ojo con la hipocresía de los fariseos, porque crece como la levadura en la masa; ojo con creerse con derecho a reconocimiento, a honor o a alabanza”.
Creernos aquí llenos de derechos nos hace olvidar que estamos aquí por pura gracia, por don del amor de Dios. Jesús nos advierte de no caer en un falso cristianismo que consiste en buscar, no la gloria de Dios, sino beneficios humanos, materiales o inmateriales.
Cuando uno deja de querer lo que Dios pide, la vanidad hace ir cambiando y aumentando las leyes, irse poniendo compromisos, con buena voluntad, pero no queridos por Dios, sino que nacen de uno mismo, de los hombres. Eso no acerca a Dios, sino que abruma a los hombres.
Cuando los apóstoles son apresados en Jerusalén por dar testimonio de Jesucristo, dicen: “Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Van antes los mandatos de Dios que los de mi marido, mi mujer o mis hijos. Van antes que los míos, los de mi novia o la televisión. Van antes que mis hobbies, mis biorritmos, mis comodidades o leyes. Pero hay que saber cuáles son las cosas de Dios, claro, no atribuirle lo que no es. ¿Cuáles son mis diez mandamientos? ¿Cuál es mi primer mandamiento?
Nuestro mundo se mueve al ritmo de lo políticamente correcto, pura hipocresía que rechaza los mandamientos de Dios para preferir los humanos. Pero según la primera lectura, la inteligencia está en aceptar los mandatos de Dios, está en acoger lo que recibo de Dios y en ponerlo por delante de lo que recibo de mí mismo. La vida es cuestión de prioridades. ¿Cuánta es mi sabiduría? ¿Quién marca mis objetivos prioritarios del día a día? El Cardenal Newman recomendaba que recordáramos que el juicio al final de los tiempos no nos lo harán los hombres, no lo harán los que nos ven o escuchan ahora, lo hará el Señor, que ve en lo escondido.
Por eso, antes que seiscientos trece mandamientos, recordemos cada día el primero: “Amarás al Señor sobre todas las cosas”.