Una de las cosas de las que nos damos cuenta cuando leemos el evangelio, es que los discípulos no tuvieron fácil comprender quién era Jesús; que cuando ya creían conocerlo bien, se volvían sorprendidos por otro giro de guion. Por eso, en muchos momentos Jesús les pide silencio, no contar lo que han visto, porque no eran capaces de captar aún lo necesario para explicarlo bien.
Hoy el evangelio nos deja un ejemplo de esto mismo: Pedro reconoce en Jesús al Mesías de Dios, pero no se da cuenta de que ser Mesías conlleva la pasión y cruz. Un Mesías sin cruz es una idea propia de Satanás, de quien no quiere acercarse a Dios sino alejarse de Él.
Solamente con ese Mesías con cruz se puede pasar de la fe a las obras. Santiago lo decía en la segunda lectura: “La fe sin obras está muerta”. Seguir a Jesús es parte del acto de creer. No se cree en Jesús de verdad si no se le sigue, pues “el que quiera venirse conmigo, se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.
San Agustín decía: “Hay hombres que, engañándose a sí mismos, conciben la fe como si bastase sólo con creer, y por el hecho de creer, aunque vivan mal, se prometen a sí mismos la visión de Dios y el reino de los cielos”. El seguimiento contiene ese acto de fe, ese negarse día a día, que es en lo que consiste el camino de la cruz del cristiano.
Pero existe otra forma de decir que nosotros seguimos al Señor, y es decir que nosotros aceptamos perder por el Señor. Porque, “¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” Con esa reflexión, un joven lleno de éxitos como Francisco Javier se convenció en París de su necesidad de perder todos los éxitos mundanos que ansiaba para entregarse al anuncio del evangelio con Ignacio de Loyola.
El que pierde va detrás de otro que gana; en el evangelio, primero es el que lo pierde todo, Jesús, el Mesías, que en la cruz ha sido despojado de todo para ganarnos para el cielo. Y esto en la vida de fe es fundamental, todos necesitamos seguir a otro, necesitamos seguir a otro que se niega a sí mismo y carga con su cruz.
A menudo preferimos sentirnos independientes, cristianos que van por libre, que no tienen que dar explicaciones a nadie, que creen en Jesús pero hacen lo que quieren. Nos creemos que hemos inventado la pólvora en nuestro camino de fe, y lo que necesitamos es negarnos a nosotros cada día, cargar con la cruz de Cristo y seguirle, obedecerle, confiarle la vida.
Saber perder y ganar son artes que no sólo tienen que ver con el deporte: mientras que en la inmadurez uno quiere ganar siempre y a cualquier precio, la sabiduría de la vida enseña que muchas victorias que uno obtiene por las malas saben a derrota, y que hay dulces derrotas con las que uno gana la vida, la vida eterna. La victoria del cristiano sobre el materialismo viene por ese perder elegido que abre el horizonte a lo profundo, y frente a la inmadurez de lo superficial elige lo eterno y duradero.
Jesús, el Mesías, es un hombre sabio que hoy explica a sus discípulos que si la eternidad es algo importante, es en nuestras decisiones pasajeras y cotidianas, donde resulta más provechoso perder. Perder en deseos, en planes, en relaciones, en cosas vanas, en caprichos muy justificados…
Así entendemos que Pedro pase en un segundo en el evangelio de hoy de ganar a perder, porque ganar sin querer la cruz es perder, porque pretender ser sabio sin el misterio de la negación de uno mismo para que la voluntad de Jesús crezca en nosotros, es una derrota que pesa como una losa. Jesús enseña hoy a Pedro que en esta vida el que quiere ganar todo, posiblemente haya comenzado el vertiginoso camino de perder el alma. Así, mientras el mundo fomenta nuestro narcisismo, que se alimenta de querer tener todo, tener razón en todo, ser intocables, Jesús nos enseña el camino sabio y humilde de la negación por el Reino de los cielos.
Cada uno de nosotros estamos llamados a cargar la cruz de Cristo de una forma diferente; en nuestras vidas la cruz de Cristo se presenta misteriosamente pero se presenta todos los días. Y en el momento en el que pensemos que ya hemos renunciado bastante a nosotros mismos, o que ahora toca “disfrutar”, así sin más, estaremos pasando, como Pedro, de ganar a perder en nada.
Gracias a Dios, Jesús ha venido a mostrarnos el camino del cielo, gracias a Dios le ha dicho a Pedro que no basta con decir que Jesús es el Mesías, sino que eso hay que mostrarlo en las obras, en la vida, cargando su cruz. ¿Cómo tengo que negarme a mí mismo en mi familia? ¿Y en mi vida de fe, en la Iglesia? ¿Cómo cargar esa cruz del Señor entre mis amigos? ¿Cómo se refleja en lo que hago que deseo perder para ganar?
Que Dios nos dé luz para aprender a perder, y acoger con sabiduría que así se gana la vida eterna.