Si recuerdan cómo concluía el evangelio del domingo pasado, es fácil comprender la reacción de los discípulos en este. Después del encuentro con el joven rico, Jesús acababa anunciando a los suyos que quien lo hubiera dejado todo por Él iba a recibir cien veces más. Y entonces los discípulos se vienen arriba ante esa promesa y les entra la prisa. Es verdad que Juan y Santiago ya llevan mucho tiempo siguiendo al Señor. Viendo milagros, oyendo frases inolvidables y experimentando tantas y tantas cosas difíciles de enumerar. Pero se cansan.
El tiempo, que al principio volaba con Jesús, ahora pasa más despacio: ir de un lugar a otro, sin estabilidad, sin muchas explicaciones, con sacrificios constantes, una vida austera, muchas promesas aún sin ver cumplidas y encima, anuncios de sufrimiento, persecución y cruz… Jesús, ya nos hemos cansado: dinos, al menos, que nos pondrás a tu derecha y a tu izquierda cuando seas rey, para que nos merezca la pena seguir, para que tengamos ánimos.
Llega un momento en la vida, a unos les pasa antes, a otros después, en el que seguir al Señor cansa; durante meses, años, décadas, hemos seguido al Señor, a veces incluso sin rechistar, y entonces, nos acercamos a Él para decirle: ¿me das ya lo mío? ¿Me vas a favorecer ya? ¿Curas a mi hijo? ¿Me toca ya la lotería? ¿Para cuándo un gobierno que me guste?
Todos nos cansamos alguna vez de seguir a Jesús. A veces por nuestra propia debilidad, a veces por algo que ha salido mal o por una decepción. Y entonces el tiempo empieza a alargarse sospechosamente: no veo fruto en cumplir los mandamientos, en rezar, en sacrificarme con quien no me cae bien, o en mi trabajo, no disfruto en las cosas de Dios, y no tengo ganas de implicarme más, me cuesta más ir a misa, ya no me importa llegar tarde… el tiempo se alarga, y nos volvemos al Señor: ¿qué hay de lo mío? ¿y ese sitio a tu derecha o a tu izquierda?
En ese momento de crisis por el que todos pasamos en la vida, el Señor, lejos de ceder, en un alarde de empatía, dice: “Eso no me corresponde a mí, sino al Padre”, que es como decir: “Todavía no”. Y a cambio aprieta aún más: “¿Sois capaces de beber mi cáliz?” Es decir, los sacrificios de ahora no son nada sin Pascua, nos conducen a un sacrificio aún mayor, donde se bebe el cáliz. Jesús debía flipar con los suyos: Él hablando de pasión, de Jerusalén, de morir para justificar a muchos, y los otros pensando en comodidades, en tronos, en lujos.
No escuchar a Jesús hace que el tiempo, que es relativo, se vaya haciendo más lento. O todo encaja como me gusta o me aburro. Miren a Santiago y Juan: nos entran las prisas, lo que hay no nos parece para nosotros, y queremos un trono de esos: es decir, no servir, sino ser servidos. Seguir a Jesús, creer en Él, consiste en un cambio de mi voluntad por su voluntad, y eso es lento e incómodo.
Juan y Santiago han recibido un lugar siguiendo al Señor, pero han olvidado lo que el Señor les pedía a cambio de pensar en ellos mismos. “Mirad, los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Mis discípulos no oprimen a nadie, sirven. Sirven a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos pequeños y mayores. Sirven a sus compañeros de trabajo, a sus amigos y hasta a sus enemigos. No son tontos, ni simples, son buenos, son generosos, son cristianos. Y la tentación de querer ser servidos es permanente, diaria, nunca se acaba: ¿cómo lucho yo con ella? ¿Capto su ambición poderosa?
Hoy la Iglesia celebra el Domund: Jesús quiere que todos lo conozcan, que todos crean en él. Dice San Juan de Ávila que “el Señor eligió muerte en extrema deshonra porque conocía cuan poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón del hombre”. Si vivimos nuestra fe esperando honra, facilidades, si nuestra vida es un continuo esperar justicias, si en nuestro día a día no buscamos lo que está buscando el Señor, sino la atención de los demás, que todo sea a nuestro gusto… ya estamos dejando el cáliz del Señor. El tiempo se empieza a alargar. Los telediarios y los periódicos están llenos de esa gente.
Pero, de forma contraria, si sabemos que estamos aquí por el Señor, que hemos venido y que creemos por el Señor, porque Él tiene las respuestas de nuestra vida, entonces nuestro tiempo vuela. El Domund, los misioneros, nos vienen bien para esta reflexión, pues en ellos vemos un claro ejemplo de no reservarse. Es la anti-ambición. Y nos recuerda que así debemos vivir todos, no solamente allí lejos, sobre todo aquí entre comodidades.
La forma de hacer de los cristianos es distinta del mundo: no es para nosotros, no es a nuestro gusto. Es perseverante, y justifica a muchos, ayuda a otros, carga con el débil, perdona al que ofende, anima al desanimado. El mundo nos engaña. Pero llegará nuestro momento, en la eternidad. ¿Qué me ayuda a perseverar en la fe? ¿Quién me ayuda? Eso es ahora fundamental: que yo pueda pensar en estos días qué me ayuda a hacer como Jesús quiere, y qué me lleva por donde a todos, por lo vano del mundo.