Domingo V Cuaresma

6 de abril de 2025

Domingo V Cuaresma

Domingo V Cuaresma

¿Saben qué tienen en común países como Sudán, Nigeria, Indonesia, o Afganistán? En ellos, y siguiendo la sharía islámica, hoy las mujeres pueden ser lapidadas por adulterio. Cosas de la modernidad… por el contrario, los cristianos, una panda de retrógrados, han evangelizado medio mundo enseñando lo que aprenden en este evangelio de hoy: el perdón.

El mundo en que vivimos, que ha olvidado a Cristo, ha olvidado la belleza de perdonar. ¿Tomaba en serio Jesús lo que había hecho aquella mujer o en realidad no tanto? Preguntémosle, evangelio en mano: Maestro, ¿tú qué opinas sobre el adulterio? “Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. Jesús es durísimo en el evangelio con respecto al adulterio, mantiene una línea intolerante con el pecado, siempre dirá “no” al pecado, pero siempre dirá “sí” al pecador. Por eso, Jesús no aprueba lo que hizo la mujer, la perdona por el pecado cometido y a la vez le enseña que no debe hacerlo más.

Antiguamente, hoy, V Domingo de Cuaresma, comenzaba la primera semana de Pasión, y la mirada de la Iglesia ya se volvía hacia la cruz, que en muchas iglesias, en muchos de nuestros pueblos, ya se cubre hoy hasta que sea desvelada en los oficios del Viernes Santo.

“Mirad que realizo algo nuevo, está brotando, ¿no lo notáis?”, decía así Isaías. Es el perdón. Lo nuevo es el perdón, que Dios nos va a dar de una forma inaudita: Cristo, el Hijo de Dios, morirá en la cruz para perdonar nuestros pecados. Lo nuevo que está brotando es que no van a pagar el pecado los culpables de cometerlo, sino el inocente. Eso es lo que va a suceder el Viernes Santo en la cruz, donde el justo será clavado para que no lo seamos los pecadores.

Al contemplar cómo Jesús le dice a la mujer adúltera “tampoco yo te condeno, vete en paz”, reconozco lo que Jesús va a decirme a mí el Viernes Santo. Yo he sido perdonado en la cruz de Jesús, yo he nacido de nuevo en la cruz de Jesús, yo he recibido y aprendido el perdón en la cruz de Jesús.

En esa mujer adúltera, Juan el evangelista ve a la Iglesia, y he aquí lo nuevo: como es la Iglesia la pecadora, Dios no va a condenarla, sino a perdonarla y a pagar Él por ella. El perdón siempre conlleva, en el que lo da, un sacrificio propio, un asumir un peso que era de otro.

Él actúa contra el pecado, nunca contra el pecador: actuando contra el pecado, invita a la conversión al pecador. Por el contrario, y lo vemos en el evangelio claramente, Cristo dirige toda su dureza contra aquellos que siempre critican y condenan. Ofrece su delicadeza y su misericordia a quien se reconoce pecador, pero advierte muy seriamente a quienes, bajo apariencia de estar contra el pecado, en realidad no soportan al pecador.

Por eso los más ancianos son los primeros que se van, los más conscientes de cuántas veces infringen la Ley de Dios. Qué paradoja: la mujer, acusada ante todos al principio, al final es la única absuelta de su culpa, mientras que sus acusadores, que no han podido lapidarla porque ninguno está sin pecado, se alejan cargando con sus propios pecados.

Así, el evangelio de hoy es una invitación al arrepentimiento para poder recibir el perdón, arrepentimiento que conlleva un cambio de vida: “En adelante no peques más”. No basta con confesarnos, con escuchar de Cristo que no nos condena: sin propósito de enmienda no hay perdón.

Pero ¿cómo se puede pedir “no pecar más”? ¿Cómo puede ponernos Jesús ante ese imposible? A la confesión, a la conversión, la sigue una profunda intimidad con Dios. Sólo con esa intimidad con Él rechazamos el pecado y tenemos la fuerza para hacer el bien. Jesús no plantea una perfección a base de técnicas éticas o morales, sino de querer estar en intimidad con Dios: esa relación ayudará a la mujer adúltera a rechazar el pecado, algo que no cabe cerca de Dios. ¿A mis confesiones les sigue una mayor relación con Dios? ¿Crezco en oración, en intimidad, en silencio con Dios? ¿Capto en esa actitud un rechazo al mal pensamiento, al juicio ofensivo, a la crítica disfrazada de desahogo? El perdón está a nuestro alcance; frente a los rencorosos, revanchistas, orgullosos, etiquetadores, insultones… Jesús nos ha ofrecido el perdón de Dios desde la cruz.

¿Yo soy de perdonar o de apuntar? ¿la cruz nos recuerda al perdón? Lo sabemos bien: todo aquel que no quiera perdonar perseguirá y juzgará a quien perdone y recuerde el perdón que brotó de la cruz de Jesús. Pero si la necesidad del que no quiere perdonar es eliminar la cruz del mundo y a los que en ella estamos crucificados, la necesidad del creyente es aprender el perdón “hasta setenta veces siete”, al jefe, a mi suegra, al que me critica y al que me decepciona, eliminando el mal, ofreciendo conversión y vida, llevando, siendo la cruz nosotros, como Jesús. Por eso, ninguna cruz sobra, en las montañas, en las casas pero, coherentemente, en nuestras vidas. La cruz construye el mundo, eliminarla lo destruye; pero la cruz mostrada en la vida, perdonando hasta la muerte, como han dado testimonio los mártires a lo largo de veintiún siglos de historia.

Lo nuevo es el perdón, lo que nos hace crecer, agranda nuestro corazón y mejora el mundo, es el perdón. Seamos modernos: que Dios nos perdone siempre y haga de nosotros instrumentos de perdón.