Santísima Trinidad

15 de junio de 2025

Santísima Trinidad

Santísima Trinidad

Cuando los musulmanes entran en España en el siglo VIII y van conquistando territorios, del sur hacia el norte, los cristianos se ven en la necesidad de reforzar las murallas de su fe, amenazadas por la fe de los seguidores de Alá. Uno de los caminos para fortalecer la fe cristiana está en la liturgia: si la gente va a misa, y en misa se les insiste en que Dios, el único Dios, es Trinidad de personas, se les ayudará a interiorizar que Dios siendo uno no es único, sino que es trino, que no es soledad, sino relación, que no necesita a los hombres, sino que los ama.

Y entonces se emplean fórmulas trinitarias, se multiplican las oraciones que se fijan en la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y tantos otros elementos que recuerdan que Dios es Trinidad. El prefacio de la misa de hoy, por ejemplo, es un vestigio de aquel antiguo hacer, un texto con más de doce siglos, que nos refuerza en la certeza de que Dios es una relación de personas: esa relación “ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que se nos ha dado” para que podamos vivir como parte de esa relación, podamos entrar en el cielo, que es un hogar, una familia, la casa de Dios.

Aquí, en un rato, se nos configura de dentro a fuera para vivir en Dios. Eso es “el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”. Igual que no se entra en misa de cualquier manera, tampoco será así en el cielo. ¿Entro en misa de cualquier manera? No será así en el cielo.

Y así comprendemos el plan de Dios: el Creador, por la Encarnación, ha entrado en una criatura, ha habitado en su seno, para que los creados tengamos morada en la casa de Dios, la Trinidad. El que lo ha creado todo, como decían la primera lectura y el Salmo, ha elegido un fin especial para el hombre: entrar en la Trinidad. Dios no tenía necesidad de crear al hombre porque en Dios hay tres personas, una comunidad divina de amor perfecto. Si ha elegido desde siempre crearnos es para hacernos partícipes de ese amor. Dice santa Catalina de Siena: “«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno»”.

Y ahora vemos bien la misión de la Iglesia: aquí aprendemos a vivir en comunión, porque así se vive en Dios. Si aquí vamos por libre, por mucho que vengamos, no hemos aprendido nada. Esta es nuestra experiencia de iniciación. Querer venir a lo mío pero querer el cielo es una incoherencia, y se puede forzar por sostener aquí, pero no es real sino apariencia. Esto es una experiencia de comunión para aprender a vivir en Dios.

En estos días vemos lo lejos que llega la superficialidad del mundo, el hacer las cosas con intenciones oscuras, egoístas, el vivir de apariencias… da auténtico asco. Necesitamos aprender a mirar las cosas con profundidad: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos…” Necesitamos vencer la tentación de la superficialidad en lo que hacemos y en lo que tenemos. La relación con Dios no es hacer cosas, es aprender a vivir una intimidad, una entrega en comunión, y eso es un gran esfuerzo, nos reclama una constante conversión en la vida de fe.

Necesitamos aprender la creatividad: en el pensamiento oriental, creatividad no consiste en imaginación para hacer cosas nuevas, exóticas, llamativas… consiste en descubrir en lo creado al Creador, en lo que hacemos al Hacedor. Sólo viviendo en relación con la Sabiduría de Dios se puede hacer eso, y si no, nos preocupará mucho hacer, hacer, hacer, pero no la vida en comunión, ni la Iglesia ni la Trinidad.

Ahora que ya nadie se despega de la Inteligencia Artificial, que se nos vende por todas partes lo que saben las máquinas, a nosotros nos hace falta la Inteligencia Creadora, que no hace las cosas por nosotros, sino que nos descubre el amor de Dios, el sentido de lo creado. Necesitamos aprender, entonces, a hacer silencio cada día. Tiempo de calidad en silencio para Dios, para estar en comunión, no para tener razón en todo. Tiempo de calidad para vivir en el amor de Dios, renunciando a la crítica o la queja. Tiempo de calidad para cuidar del prójimo, no para mirarnos a nosotros mismos, pues dice el Vaticano II: “el Señor, abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.

Así se cumple que “El Espíritu Santo os guiará hacia la verdad plena”. Estos son privilegios de los hombres, “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” El hombre es el amado de la Trinidad, y la Trinidad es la fiesta del amor de Dios, fiesta de comunión eterna: venzamos la tentación de la vanidad, de lo superficial, y entremos en el amor de Dios, lejos de enchufes y apariencias, pero lleno de felicidad eterna.