En Madrid, la fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo tiene una forma popular de celebrarse: en Madrid, el 15 de agosto, cuando María sube al cielo, María es la paloma. Más aún, como es limpia de pecado, sin mancha de pecado, es la blanca paloma. Ya la Iglesia de Alejandría, los coptos, en los primeros siglos, llamaban a María así, la Blanca Paloma, y celebraban que, al final de su vida, fuera elevada a los cielos por Dios Padre sin conocer la corrupción del sepulcro la que no había cometido pecado y, por lo tanto, no había sido alcanzada por la muerte como castigo.
El de María es un nombre misterioso: tradicionalmente, María se traduce como “doncella”, pero otros traducen María como “torre”. De hecho, por eso empleamos en las letanías del rosario ese título para la Virgen: ella es torre de David, es decir, María es de la descendencia de David, y ella es torre de marfil, es decir, preciosa, resplandeciente. En definitiva, es torre porque se eleva a lo alto, sube.
Sin embargo, podemos ver claramente la diferencia entre lo que confesamos de la Virgen en este día y lo que confesamos de su Hijo: el Señor, creador, asciende; María, criatura, es elevada. La acción de Jesús es activa, la de María es pasiva. El cielo no es una cosa a la que se llega, sino a la que tenemos que dejarnos llevar. Subir es una acción divina, la acción humana es dejarse elevar. ¿Cuánto? ¿Cómo?
María es elevada sobre toda potencia creada. Lo decía de forma preciosa el Apocalipsis: “la luna por pedestal”. Es decir, lo creado, hasta lo más alto o poderoso que vemos, queda a sus pies, por debajo de esta torre que luce, que brilla “vestida de sol”, o como decimos también en las letanías, como “casa de oro”. Ella es la torre de marfil, la casa de oro que ha llevado en su interior al Salvador de los hombres: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”
En María, la Iglesia encuentra hoy no solamente su destino, sino también el nuestro, pues en el libro del Apocalipsis la mujer no es solamente María, es una imagen de la Iglesia. Dios tenía que elevar al cielo a la Virgen después de su muerte no solamente porque al no haber cometido pecado, el pecado no tenía poder sobre ella, sino también porque anticipando su resurrección, su Pascua, nos podía anunciar el destino de los que formamos su estirpe, de los que somos de su misma condición humana.
María nos ha precedido en su llegada al Padre, se nos ha adelantado. Igual que en el evangelio de hoy, su amor a Dios y su amor a Isabel la hacen adelantarse a cantar a su prima las maravillas de Dios. Ese adelantarse en subir a la montaña nos lo presenta la liturgia de la Palabra como una advertencia de que, al final de su vida, María nos adelantaría también subiendo, no al monte sino al cielo.
Por eso, esto que nosotros creemos y que hoy celebramos nos deja una aplicación concretísima y muy práctica, que es: y las cosas que yo quiero, las que pienso, las que hago, ¿hacia dónde me llevan? Los grandes santos siempre invitaban a sus discípulos a preguntarse: esto que haces, ¿hacia dónde te lleva? ¿te dirige hacia el cielo, o te pierde? Las cosas que pensamos, las que hacemos, con quién estamos o nos juntamos, mis razones y mis movimientos por la vida, ¿hacia dónde me conducen? ¿Qué sentido, qué dirección tienen mis decisiones? ¿Dónde van?
Dicho de otra manera: ¿qué personas de las que trato me conducen hacia el cielo, donde está María, y cuáles no? ¿qué acciones, qué decisiones, me elevan hacia Dios y cuales me pierden? Lo que digo, lo que pienso…
Por último, san Pablo hablaba a los Corintios en la segunda lectura explicando que esta fiesta de hoy tiene que ver con el final de todo: “primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida; después el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza”. María, que es de Cristo, ya ha subido al cielo; nosotros, somos los del final, y podemos subir con Él o ser aniquilados como lo serán tantas y tantas realidades por su peso excesivo, porque caerán, porque no suban. En la lectura del Apocalipsis, el demonio es vencido por la mujer porque ella no lleva peso, lleva a Cristo. ¿Qué tiene un peso excesivo en mi vida, porque no me ayuda a subir hacia Dios? ¿Reconozco esas cosas, personas, deseos, que no me dejan elevarme?
En el cielo todo es luz, es liviano, es orden: todo caos es superado. Vamos a pedir al Señor que nos ayude a elegir bien, que, al mirar a María, la blanca paloma, la doncella, la torre, nos acordemos de que estamos llamados a ser elevados al final de nuestra vida, y que esa esperanza nos anime a vivir reflejando la luz de Dios.

