Domingo XXII Tiempo Ordinario C

31 de agosto de 2025

Domingo XXII Tiempo Ordinario C

Domingo XXII Tiempo Ordinario C

La guerra en Gaza tiene, entre miles de víctimas que padecen cada día la fuerza del mal y la indiferencia, a un grupo de unos quinientos cristianos que, en estos meses, se han dedicado a compartir lo que tenían entre aquellos vecinos a los que, aun no siendo de su sangre ni credo, hicieron sus prójimos. Estos cristianos han decidido no moverse de su casa ante la amenaza de la invasión y de la muerte, convencidos de que “tu bondad preparó una casa para los pobres”.

¡Qué difícil es encontrar el sitio correcto en la vida! Jesús nos pregunta con las parábolas de hoy: ¿sabes cuál es tu sitio? ¿valoras tu sitio según la comodidad o según la cruz? La parábola de Jesús no va del lugar que ocupamos en una boda o en la iglesia, sino en la vida.

Jesús nos dice en el evangelio de hoy que nuestro sitio es una actitud, que vale en tiempos de guerra o de paz, tengamos quince años o setenta y cinco, y es un absoluto cambio de principios: “el que se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido”. Esa forma de hablar, que se llama pasiva divina, es una forma de decir lo que Dios hará, pero sin usar el nombre de Dios en vano. Jesús advierte a los suyos que aquel que crea que tiene su sitio por sí mismo, se enaltece… y Dios lo abajará, si no aquí, al final de todo. Y que quien viva confiado en Dios, en la certeza de su gracia, incluso en la humillación o la guerra, Él se encargará de ensalzarlo, pues dice la Escritura: “El Señor revela sus secretos a los mansos… un corazón prudente medita los proverbios”.

¿Cómo gestionar mis poderes, mis responsabilidades, mis deseos? Solamente la sobria humildad, que es una actitud de lo más profundo y sabio que hay, nos ratifica que estamos en nuestro sitio. Tengo fuerza, tengo bienes, casas, tengo familia, tengo conocimientos… sí, pero “la desgracia del orgulloso no tiene remedio”. Creemos que tenemos, no solamente nuestro sitio, sino también que tenemos situado a Dios, que ya sabemos cómo manejarnos con Él: vengo, mi sitio, mi banco, mi misa, mis oraciones… Las verdades más profundas de nuestra existencia no están al alcance de los más leídos, ni de los más ricos, ni de los más influyentes, sino de los humildes, porque sólo un corazón humilde acepta la fuerza de Dios más que nuestro pretendido sitio. Eso es “andar en verdad”, que decía santa Teresa.

Y, al contrario, nos equivocamos cuando creemos, como hace el mundo, el que no cree, que nuestro sitio es intocable, que lo que tenemos lo puede todo, que lo que sabemos supera a todos, y así vivimos, con la ansiedad mayor de que mi sitio, mi reputación, lo mío, sea intocable. ¿Cuál es mi puesto? ¿Cómo va a ser nuestro sitio lo que tenemos, lo efímero? Tendemos a agarrarnos a las cosas y las personas, a las vacaciones, al chalé, a la salud o la reputación, para pensar que ya estamos en nuestro sitio. Todos, antes o después, escuchamos: “Cédele el sitio a este”, y perdemos el sitio. Sólo quien cree que “tu bondad preparó una casa para los pobres” no se fía de lo que le da lo material, vive en la libertad de que no estamos en nuestro sitio, sino camino de él.

Decía san Bernardo de Claraval: “hay quienes buscan el conocimiento por el bien del conocimiento: eso es curiosidad. Hay quienes buscan el conocimiento para ser reconocidos por los demás: eso es vanidad. Hay quienes buscan el conocimiento para servir: eso es amor”. Lo hemos aprendido de la humildad de Jesús: para saber nuestro sitio no necesitamos que todo sea cómodo, fácil, que nos sirvan, sino servir, el resto es falsedad, apariencia, emoción.

¿Cómo aprender la humildad? La academia donde se aprende se llama Iglesia. Iglesia no es venir a un rato de misa; dice san Agustín que “quien ama la soberbia no quiere pertenecer al cuerpo que tiene cabeza tan humilde”. La Iglesia es la casa que Dios ha preparado con su bondad para los pobres, aquí, siendo como Jesús, veo cómo es mi humildad o soberbia para saber si estoy o no en mi sitio. ¿Cuál es mi sitio en la Iglesia? ¿Qué puesto debo ocupar? ¿Qué misión me corresponde? ¿Acepto servir?

Pero, además, hay una serie de ejercicios prácticos y concretos que nos pueden ayudar a situarnos: se llaman humillaciones. ¿Por ejemplo? Negándome a mí mismo quedar por encima de nadie en cualquier conversación, no teniendo la última palabra en las discusiones, hablando en un volumen más bajo que los demás, no buscando que todos me den la razón, no enfadándome cuando no salen mis planes, dando gracias por lo positivo que veo, exigiendo menos en comparación con lo que yo doy, pidiendo perdón, no insultando sino perdonando las burlas o los ataques, aceptando mis debilidades, ofreciéndome para servir a otro, no para demostrar mis capacidades: aunque no lo crean, estos ejercicios son muy buenos, no se asusten, porque “el que se humilla será enaltecido”.

La manera de que Dios nos sitúe en nuestro sitio es confiar en Él en esas circunstancias, es no saltar, sino repetir: “el que se humilla será enaltecido”, como Cristo, a quien, por hacerse pobre, Dios preparó una casa en el cielo: ese es el sitio que nos interesa.