Desde muy antiguo, la entrega de Cristo en la cruz se ha comprendido acompañada de otras dos entregas: Cristo entrega a Juan a María, para que ella sea madre de Juan, es decir, para que María, viuda y sin hijos, sea madre de todos los creyentes, y Cristo entrega a María a Juan, para que ella sea cuidada y protegida por los que crean en su Hijo.
En la cruz, María se convierte, siguiendo las lecturas que acabamos de escuchar, no sólo en la madre sino también en la morada de todos los creyentes. Una Almudena es eso, una muralla, una fortaleza, una morada. Por eso, hoy la Iglesia nos ofrece estas lecturas, en las que nos anuncia el misterio de María como “la morada de Dios con los hombres”, que decía el Apocalipsis, o también, como decía Zacarías, ella es Jerusalén, Sión, en ella “se unirán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío”.
Si las aguas de fuentes y arroyos dan nombre a la ciudad de Madrid, es su fortaleza, la muralla árabe construida para proteger la ciudad de Toledo, la que nos ayuda a entender esta fiesta. Mayrit fue, con el paso de los siglos, hogar de visigodos, de bereberes, de musulmanes y de mozárabes, donde se veneraba a la Virgen, Santa María, como era llamada en estas tierras.
Pero, hay que saber mirar lo que vemos, porque igual pensamos que, en María al pie de la cruz, está sola ella, la mujer fuerte: si ella es la morada, en ella están también los creyentes. María y la Iglesia están tan unidas junto a la cruz de Jesús, que para los antiguos cristianos ya no había duda, María no es solamente una personalidad particular, individual, sino que María es también la Iglesia. El Apocalipsis ya, cada vez que dibuja a una mujer, como la de la lectura de hoy, no contempla a María, contempla a la Iglesia. Es la Iglesia la que es morada de Dios con nosotros. Aquí, en esta que es nuestra casa encontramos a Jesús, aquí empezamos a superar el mal del mundo.
Pero, se puede creer en María y no en la Iglesia -estuvo muy de moda durante décadas decir que se creía en Cristo pero no en la Iglesia-. Se puede decir que se es muy de la Virgen, que se le tiene mucha devoción a María, pero ningún aprecio por la Iglesia. Seguro que conocemos a unos pocos así.
La Iglesia y María han sido siempre inseparables, porque la Iglesia cuando ha mirado a la Virgen, en ella ha contemplado lo que ella misma es: una morada en la que habite Dios y a la que vengan todos. ¿Qué es la casa de una madre, sino el hogar para todos los hijos, los naturales, los políticos, sus descendencias? Pues eso es María, eso es la Iglesia, la morada en la que tenemos que aprender a vivir.
Dice el Concilio Vaticano II que María es “imagen y principio de la Iglesia”. Hoy podríamos meditar un poco sobre esto, “imagen y principio”. ¿Cómo hacer de la Iglesia la morada a la que tantos vengan a ser acogidos? ¿Cómo hacer de la Iglesia el hogar en el que todos se encuentren con Dios, reconozcan la presencia de Jesús?
Eso es tener un corazón maternal, y se cultiva desde que los niños son pequeños. ¿Cómo podemos ofrecer también este testimonio a los que vienen? ¿Cómo puedo mostrar yo mi amor a la Virgen? Mostrando cómo la Iglesia nos cuida, cómo se confunde con María por su actitud hacia nosotros, y por cómo nosotros nos dejamos enseñar, cuidar, corregir, por ella. ¿Cómo entiendo ese cuidado maternal de la Iglesia hacia mí? ¿Me dejo en sus cuidados, en sus brazos, en sus enseñanzas? ¿O vengo a la Iglesia sólo cuando tengo que pedir algo?
Así, la Iglesia manifiesta la belleza del nombre de hoy: es una Almudena, una muralla, una fortaleza, en la que nos resguardamos y nos protegemos frente a los ataques a nuestra fe, es donde venimos a que nuestra fe y nuestro amor se hagan fuertes.
Pero también es construida entre todos. Todos los que formamos la Iglesia de Madrid tenemos nuestro granito que aportar en ella, pues recibimos el bautismo, los sacramentos, también para ser los santificados que santifican, y cuanto más trabajamos en ella entre todos, mejor preparada la tenemos para poder ser casa para todos, y mostrar así que ciertamente que María, la Iglesia es nuestra madre. ¿Cuál es mi lugar en la Iglesia de Madrid? ¿Soy responsable para participar en ella en función de los dones recibidos? ¿Agradezco a Dios mi parroquia, la iglesia que está al lado de mi trabajo, en la que puedo ir a rezar o bautizar a mis hijos? ¿Pido por las vocaciones sacerdotales, por que haya más catequistas, padres y madres santos? ¿Me ofrezco, estoy disponible, quiero ayudar, o voy a casa de mamá a que me lo den todo hecho?
A veces no resulta fácil verlo, pero la Iglesia es la madre de esperanza que decimos de María, ella nos cuida y nos protege; está bien hacer el esfuerzo por concretar ese cuidado y no esconderlo, sino entregarlo, como Jesús en la cruz. Entregar a la Virgen es fortalecer la Iglesia, entregarse en la Iglesia es mostrar nuestro amor a Santa María.

