Domingo I Adviento A

30 de noviembre de 2025

Domingo I Adviento A

Domingo I Adviento A

Encontramos en las lecturas que acabamos de escuchar un programa para el tiempo del Adviento, porque nos presentan las dos actitudes con las que vivimos estas cuatro semanas los cristianos. Son la alegría y la expectación. “Vamos alegres a la casa del Señor”, hemos rezado en el salmo hoy, lo mismo que el domingo pasado.

Igual alguno piensa, al ver el color morado en las vestiduras de este tiempo, que el Adviento es un tiempo triste, de penitencia, pero no, el color morado significa también preparación, y el Adviento es un tiempo alegre, tan alegre que hemos cantado Aleluya, y es un tiempo que nos tiene expectantes: ni las vacaciones, ni la lotería, ni los viajes, son la razón de ser de estas actitudes.

La alegría y la expectación se dan en nosotros por algo más profundo y menos pasajero, porque somos llamados a la casa del Señor: “Vamos alegres a la casa del Señor”. ¿Sabemos elegir con profundidad? ¿Sacrificamos lo fugaz en bien de lo duradero? No vamos a ir sin más, para ir a su casa, el Señor va a venir a recogernos. ¿Dónde está esa casa? La Iglesia nos lo explica con la profecía de Isaías: en el monte del Señor, es decir, en lo alto. El profeta se sirve de la imagen de la ciudad de David y del Templo de Jerusalén, lugar de peregrinación, al que todos los israelitas iban, para mostrarnos así lo que será la vuelta del Señor al final de los tiempos: todos seremos convocados en Él, será el momento de la reunión final.

Decía Isaías: “Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos”. Comenzamos el bloque del Adviento y la Navidad escuchando esta profecía, lo cerraremos escuchando, el día de Epifanía, que se postrarán ante el Señor “todos los pueblos de la tierra”. En el centro de nuestra fe está que el Señor volverá, que el que se marchó a la derecha del Padre, volverá para llevarnos alegres a la casa del Señor. “Aquel día”, lo llamaban los profetas, tendrá que suceder, pero no sabemos cuándo.

¿Cuándo sucederá esto? Puede ser que no nos venga bien, que sea una visita que no queremos, que intentamos posponer; tanto es así que, aunque sepamos que tiene que suceder, igual no nos agrada. Por eso, Jesús habla a sus discípulos como lo hace en el evangelio de hoy, ¿se han fijado?: en unas pocas líneas, “estad en vela”, “comprended”, “estad preparados”. Tres imperativos, porque Jesús tiene que despertar a los suyos, tiene que despertarnos a nosotros que vivimos aletargados, un poco atontados con las cosas creadas.

Vivimos a hacernos cómodamente con todo, y olvidamos la llamada a la vigilancia, a descubrir al Señor. No queremos que nada cambie nuestros biorritmos, con todos los tiempos medidos, sin posibilidad de alterar nada. Lo que queremos ha de ser para ya, y por nada queremos algo que nos saque de una cómoda realidad, si acaso volver en cuanto se pueda a lo de antes. Así es imposible ir alegres por la vida.

Los imperativos del Señor buscan romper el muro de nuestro tiempo, de nuestras costumbres: “No tengo tiempo”. ¿Para qué cosas no tengo tiempo? Tantas cosas no son cuestión de tiempo, sino de prioridades… Suele pasar que las cosas que querríamos hacer con Dios o para Dios, se nos quedan sin tiempo. Pero Dios entra en nuestro tiempo. Nos da su tiempo.

Dios tiene tiempo para nosotros. Pone su tiempo a nuestra disposición. Quiere estar con nosotros cuando descansamos, cuando estamos en casa, cuando trabajamos, cuando viajamos, cuando dormimos, cuando estamos solos o acompañados… Adviento es darse cuenta de que Dios sí tiene tiempo para nosotros. ¿Qué podría hacer con Dios pero no tengo tiempo?

Cristo entró en nuestro tiempo cuando se encarnó. Vino, pobremente, para estar con nosotros. Eso lo celebraremos pronto, en Navidad. Cristo vendrá de nuevo, un día, no sabemos cuándo. Por eso tenemos que estar preparados. Esto es: aprovechar el tiempo. San Pablo lo dice muy concreto: “dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”. La primera en la frente.

En nuestro día hay acciones de las tinieblas y acciones de luz, por eso san Pablo nos llama a elegir el bien, a desechar el mal. Multitud de situaciones en nuestra vida reclaman un imperativo, romper con lo de siempre, con mi seguridad de siempre, para hacer algo de Dios: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas”. Qué preciosa imagen: elegir para el bien las ocasiones de guerra, optar por la paz y la comunión, no por el enfrentamiento y el daño. En casa, en el trabajo, en la Iglesia.

Por eso, cada día tenemos que aprender a decir: “Ven, Señor Jesús”. ¿Me atrevo a decir: “Señor, ven, es bueno que vengas”? Ven, que nosotros vamos alegres a tu casa. Y nosotros es todos, es la Iglesia, no es sólo mi familia, yo y los míos, abramos ya los ojos a tener una mirada eclesial: que el Adviento no es cristiano si no soy capaz de buscar el bien de los otros, incluso sobre el mío y el nuestro.

Alegría y expectación, pero no humanas, vienen del Señor. Feliz Adviento a todos, ¡ven, Señor Jesús!