Domingo II Adviento A

7 de diciembre de 2025

Domingo II Adviento A

Domingo II Adviento A

El segundo y tercer domingo de Adviento tienen un mismo protagonista: aparece en el desierto Juan Bautista, por ningún lado aparece en el evangelio de hoy el Señor. O no aparece personalmente, sí aparece señalado. A él se refiere Juan: “el que viene detrás de mí es más fuerte que yo”. Juan advierte de él que “bautizará con Espíritu Santo y fuego”, y aquí engancha el evangelio con la primera lectura, aquí los judíos que acudían a Juan, al escuchar esto rápidamente relacionaban su profecía con la de Isaías: “sobre él se posará el espíritu del Señor”.

El misterioso personaje que anuncia Juan es, entonces, ungido con el Espíritu de Dios, “ungido” que en griego se dice “cristo” y en hebreo “mesías”. Ese ungido traerá una edad de oro, un estado de paz total, no sólo para Israel, sino a todo el Universo. Igual que todo fue creado en orden hasta que el pecado lo revolvió, así también todo será devuelto a un estado como el que dibujaba Isaías, donde hasta lo más irreconciliable a simple vista es reconstruido para gloria de Dios y de su Ungido. Llama la atención lo de: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito”, pero ¿qué les parece lo de: “No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas… Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo”?

Bien, pero la clave es: “sobre Él se posará el espíritu del Señor”. Para que se dé el orden natural es necesario que se dé una buena relación en el orden sobrenatural; Dios y el hombre juntos. Eso se corresponde con lo que Dios quería, desde el principio, por lo que ha creado todo, al hombre, para ofrecerle una comunión y que así domine todo. Juan anuncia hoy que Dios viene a ayudarnos a mejorar nuestras relaciones, a encarrilar lo que ha descarrilado, para que demos “los frutos que pide la conversión”.

Aquí ya no hablamos de algo antiguo, perdido, de algo de judíos o de un profeta friki en el desierto, hablamos de que Dios viene porque solos no podemos, y si lo hemos hecho solos aún no está en paz. Las cosas con Dios van bien si son una relación, por eso la advertencia de Juan es tan firme: “no os hagáis ilusiones, pensando: «Tenemos por padre a Abrahán», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras”.

¿Qué significa esto, qué quería decirles Juan? Que no se vinieran arriba pensando que ellos ya lo tenían todo hecho por ser del pueblo elegido, porque la conversión es una actitud de todos los días. O uno acepta la conversión de cada día, o da igual que haya estudiado en el colegio religioso de moda, o que haga una buena obra cada Navidad, o que ya haya hecho el retiro de turno o la peregrinación que sea. Eso no es conversión, conversión es lo que viene después si verdaderamente han creído, en todo eso, que Jesús es el Ungido de Dios.

Nuestras seguridades religiosas no son el escudo del Capitán América para hacer como queramos, reclaman cambios para probar que todo eso sea verdadero. ¿Das los frutos que pide la conversión? Ahí se ve si es cierto, si cumplimos los mandamientos, si vivimos las virtudes cristianas, si perdonamos, si nos negamos a nosotros mismos y miramos por el prójimo, si nos formamos y elegimos en cristiano, la confesión frecuente…

Por eso, Juan Bautista advierte a los creyentes: Dios busca arreglar relaciones, no la foto para Instagram. Juan Bautista produjo, entonces, un gran impacto por su austeridad de vida y por su desprendimiento, que ayudó a muchos a tomar conciencia de que lo que estaban haciendo era superficial: Juan no gana discípulos para sí, al contrario, va a poner todo al servicio del Mesías. Va a crear espacio para el Mesías en su corazón, en su vida, como mañana veremos hizo también la Virgen Inmaculada.

Su testimonio fue, por eso, tan fuerte: al hacerse pequeño, al anunciar a Jesús desde lo pequeño, fue eficaz, preparó el camino al Señor. Decía el papa León el otro día, en El Líbano: “el Reino que Jesús viene a inaugurar tiene precisamente esta característica de la que nos habló el profeta Isaías: es un brote, un pequeño retoño que surge de un tronco, una pequeña esperanza que promete el renacimiento cuando todo parece morir. Así se anuncia al Mesías y, al venir en la pequeñez de un brote, sólo puede ser reconocido por los pequeños, por aquellos que sin grandes pretensiones saben percibir los detalles ocultos, las huellas de Dios en una historia aparentemente perdida. Es también una indicación para nosotros, para que tengamos ojos que sepan reconocer la pequeñez del retoño que surge y crece incluso en medio de una historia dolorosa”.

¿Somos capaces de descubrir lo pequeño? ¿De elegir su belleza mientras el mundo busca lo grande? ¿Yo qué elijo? ¿Qué me llama la atención? Que Dios se siga mostrando en pequeñas luces, para que lo entendamos bien, para que hagamos su camino y sepamos ser testigos que pacifican, porque Dios ha puesto su orden en nuestro corazón, un orden que no es de este mundo, que es del cielo que esperamos.