Para entender bien qué supone el misterio de la Navidad, del Dios con nosotros, la Iglesia nos ofrece hoy una luminosa comparación que es la culminación del Adviento, nuestra última preparación. Acaz y José, la primera lectura y el evangelio.
José es un judío piadoso, un hombre justo, bueno, que deseaba formar familia con la joven María, con la que estaba desposado, y que pronto ve cómo su plan perfecto descarrila. Si, al principio, trata de obrar desde su fe para rechazar a María embarazada, será una fe más grande, la que Dios ponga en él, la que le cambie de opinión y acoja a la madre y al niño.
El Dios que todo lo ordena, el que todo lo ha hecho bueno, el que gobierna todo lo que existe, se sirve también del desconcierto y de lo que el hombre no puede gobernar para mostrar su arte: así, la Iglesia celebra el próximo jueves que hace unos dos mil años nació sin ninguna forma de poder el Dios con nosotros, del que nos desconciertan sus formas humildes, pobres, misteriosas, como desconciertan a José.
¿Cómo no se iba a asustar José? Su esperanza y la de todo su pueblo se le anunciaban cumplidas, pero de una forma tan sorprendente que José no sabe qué hacer. José rezaba con los salmos cada día, repetía en su oración que “va a entrar el rey de la gloria”, que “el Señor es el Rey de la Gloria” y que a él sólo se puede acercar uno con manos inocentes y puro corazón. Y experimenta dentro de sí una gran incomprensión, no se sitúa.
Las cosas con Dios no estaban siendo como él las pensó, ni tampoco con María. Una cosa es decir qué bonita la Palabra de Dios, otra aceptar que suceda en nuestra vida. José se encuentra rodeado entre las cosas que soñaba, las que deseaba, las que iban sucediendo y las que quería controlar y no podía. ¿Hemos experimentado esa sensación de “estar rodeados”, de no saber cómo frenar para elegir bien, de querer elegir bien pero no encontrar cómo? José eligió bien, creyó y comenzó a poner su fuerza en la palabra de Dios, no en sus objetivos y planes.
Como contraste, la Iglesia nos ofrece hoy la profecía de Isaías, en la primera lectura: Acaz fue un rey de Judá que pasaba por una situación muy complicada. Su país estaba asediado por otros países más fuertes y no le encontraba fácil solución. Y el profeta Isaías le dice: ¿por qué no le pides ayuda a Dios? Y Acaz, que no era muy creyente, le dice que no, que no quiere implicar a Dios en las cosas del gobierno, en las cosas de la vida, que ya gestiona él la tierra y Dios es mejor que se quede en la sacristía.
Isaías le reprocha su falta de fe y le advierte de que Dios le ofrece una nueva forma de gobernar, un signo, el Dios-con-nosotros. Acaz decide resolver la situación buscando aliados exteriores, ricos, que le aseguren tranquilidad y comodidad… se esmera en hacer alianzas políticas con pueblos de distinta forma de pensar y creer, que luego lo van a traicionar, porque son más fuertes e influyentes que él mismo. Fracasará estrepitosamente, por supuesto, porque la vida de los hombres necesita de Dios, no para las urgencias, sino para las cosas importantes.
La moraleja es clara: ¿a qué nos asimos nosotros? ¿lo hacemos de corazón o con una forma religiosa aparente pero sin fe? ¿de cumplimiento o de conversión? José se diferencia de Acaz en que él prefiere primero pactar con Dios que pactar con los hombres. Prefiere fiarse de Dios antes que de los propios planes que él hubiera maquinado. José sí acepta que el Dios del cielo se implique en los problemas de la tierra.
Acaz, en contraste, elige la manera más sutil de perder la vida: ni siquiera pactando con todos los hombres tiene uno la seguridad del éxito. Ni siquiera pactando con nosotros mismos tenemos la seguridad de haber pactado con Dios. El pacto con los más poderosos, los más influyentes, los más graciosos o inteligentes… no da la vida.
Dios viene a dar luz a nuestra vida, llevamos semanas encendiendo luces en la iglesia, no es un nuevo estilo de decoración, es un acto de fe: la Iglesia festeja que el “Dios de Dios, luz de luz”, nace para iluminar, para guiar nuestra existencia. Decir sí a Dios es un jaleo. Acaz es el modelo de cada uno de nosotros cuando no queremos jaleos, cuando queremos llevar las riendas de nuestra vida porque Dios nos lo va a poner difícil. José asume la responsabilidad que le cerca creyendo. Cuanta mayor es la responsabilidad en la vida, cuanto mayor es el agobio, mayor luz se necesita. No se puede gobernar sin la luz de Dios, pero la luz se presenta pequeña, humilde, discreta. Queremos a Dios cerca, pero cuando se acerca, ya no lo queremos tanto…
Preparemos la Navidad mirando a José, verán cuántas supuestas urgencias y compromisos de estos días se vuelven tan relativos, que igual descubrimos que es que realmente lo son. O Navidad de Dios o del mundo, o de José o de Acaz, o con Dios cerca o lejos… relean luego el evangelio y verán que estamos rodeados y que toca elegir bien.

