El colofón al tiempo de Navidad que hemos vivido lo pone la fiesta del Bautismo del Señor, porque en ella se nos desvela cómo se realiza ese don de ser hijos, de heredar la vida eterna que Jesús nos ofrece al hacerse hombre. La recibimos por el sacramento del bautismo.
Al comienzo de su vida pública, en su bautismo en el Jordán, Jesús anticipa, como un profeta, lo que le espera: entrará en la muerte como entra en las aguas, pero saldrá de ellas vencedor, como “Señor de la Vida”. Y la herencia que nosotros recibimos en el bautismo es así de concreta: la muerte y resurrección de Cristo realizadas en nosotros.
La unión con Cristo que se da en el sacramento del bautismo es tan fuerte que su mismo camino se hace en nosotros, ya nada de nuestra vida lo hacemos sin Él. A veces la gente dice que no escucha a Jesús, o que no ve a Dios, o que no responde a nuestras preguntas… No siempre es fácil reconocer esto, pero Jesús está siempre con nosotros, permanece a nuestro lado, no de una forma inocua, sino ofreciendo siempre su gracia y ayudándonos a descubrir cómo seguir ese camino.
El cristianismo llama a eso vocación: es decir, por el bautismo, hemos recibido de Cristo una forma concreta de hacerse su vida en nuestra vida; por el bautismo, cada uno de nosotros hemos heredado un desarrollo peculiar e intransferible de hacerse la vida, muerte y resurrección de Cristo en nuestra propia vida.
De hecho, la misión más íntima y bonita que unos padres y padrinos pueden realizar con sus hijos es esta, ayudarles a descubrir cómo Dios se comunica y nos muestra la fortaleza del vínculo que tiene con nosotros, en el que vamos descubriendo que la belleza de la vida no está en los deseos que elegimos en ella, sino en cómo nuestra vida va reflejando su unión con Cristo. ¿Refleja mi vida a Cristo?
Pero, ¿cómo se manifiesta en su bautismo Jesús? Como el siervo de Dios, el que se entrega por nosotros. Ojalá que Dios ponga en nuestra vida a mucha, pero mucha gente, que esté dispuesta a dar la vida por Jesús, a servir al Padre, a hacer la voluntad de Dios. Y no hablo de curas, hablo de cristianos. La familia es un ámbito precioso en el que aprender y enseñar a dar la vida, como Jesús ha hecho por nosotros. ¿Valoro la belleza de quien da la vida, no se la guarda? ¿Muestro en mi familia el valor de no reservarme para mí, he comprendido que la vida es para entregarla y así comunicar el amor que Dios nos tiene y nos da?
En realidad, en su origen, eso se llama Iglesia. La Iglesia es la reunión de los que han sido llamados por Cristo, los que hemos recibido una llamada concreta del Señor a mostrar en nuestra vida su entrega amorosa. Y cuantos más nos reunamos y compartamos esto, más fácil es que otros puedan querer ser Iglesia. ¿Qué vida cristiana queremos llevar cada uno de nosotros?
Para poder elegir, tenemos que saber a qué se nos llama, porque lo que soy y hago en la Iglesia no es casual ni caprichoso, no se trata de ser una fotocopia de nadie, sino de que todos vivamos con autenticidad la vocación a la que hemos sido llamados, en la comunión de la Iglesia. ¿Les explicamos a los jóvenes que deben escuchar a Dios que les llama? ¿Ven en nosotros la felicidad de la entrega? ¿Les ayudamos a valorar que nos entregamos porque somos hijos amados de Dios? ¿Que todo eso vale más que todos los caminos autosuficientes que ofrece el mundo de hoy?
El testimonio de los cristianos adultos es fundamental para que los jóvenes no vean a unos frikis que vienen a una antigua tradición que no entienden pero no abandonan, sino una necesidad de aprender a entregarnos para que nuestra vida tenga sentido. No podemos vivir en la Iglesia para que otros nos sirvan, nos lo den todo hecho, eso no responde a la vocación de ninguno, no es bueno para nadie, no comunica la verdad del bautismo, ni de Cristo, ni de la Iglesia. Dificulta que otros crean.
Cuando hoy se habla de una crisis vocacional no se trata sólo de que cada vez somos menos curas y no lo queremos aceptar, se trata de saber que estamos aquí por una vocación y para una vocación. ¿Yo qué aporto y qué recibo en la Iglesia, cuál es mi vocación de servicio en ella?
Es difícil que una vocación cristiana resulte atractiva si se reserva a determinados temas o momentos de la vida. Pero una vocación cristiana bien vivida, plenamente, al menos es provocadora, merece una reflexión. Tan acostumbrados que estamos a vivir como ciudadanos, ¿y si decidimos vivir como bautizados? ¿Vivo mi vocación recibida de Dios en la Iglesia?
El bautismo de Jesús es la primera manifestación trinitaria del evangelio: habla el Padre, se bautiza el Hijo, se entrega el Espíritu. ¿Reconozco la llamada del Padre en mi vida, la invitación al seguimiento del Hijo, la fuerza para dar testimonio del Espíritu? El bautismo nos habla de no acomodarnos al mundo, sino de entregarnos como Cristo: busquemos en la Trinidad la fuerza para vivir así nuestra vida cristiana, como bautizados, con una identidad fuerte en este mundo débil.