Cuarto Domingo de Cuaresma

10 de marzo de 2024

Cuarto Domingo de Cuaresma

Cuarto Domingo de Cuaresma

La Iglesia dedica cuarenta días a preparar la noche de Pascua y cincuenta días después a explicarla por el simple motivo de que cambiar inercias es muy difícil, y la Pascua supone una nueva dinámica ante la vida, realmente inspiradora ante tantas cosas que nos pasan. La liturgia de la Palabra quiere explicarnos hoy en qué consiste la misericordia, con las palabras de san Pablo: Dios responde al pecado con el amor. “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo”.

Cuando vemos a alguien hacer algo mal, nos sale con mucha más facilidad juzgar, o quejarnos, o ir a contarle a alguien lo que hemos visto, que ofrecerle un bien inmerecido. Pero Dios, ante el pecado del hombre, lejos de todo eso, se entrega. Veamos los casos extremos y los cotidianos. Se deja entregar por Judas, y no le responde con un mal, sino que muere también por él; se deja entregar por Pilato, al que no responde con un mal deseo, sino que muere también por él. ¿Cuál es la respuesta de Dios al pecado del hombre? Le ofrece la vida eterna. Responde al mal a fuerza de bien. Contra el rechazo que recibe, Él ofrece salvación.

Nosotros vivimos en un mundo que rara vez acepta responder al mal con el bien. ¿Recuerdan cuál ha sido la última vez que alguien les ha hecho un mal, aunque sea pequeño, y han decidido responderle con un bien? El cambio de inercia más vital y optimista que conocemos se da en la noche de Pascua. “Estando muertos, Dios nos ha hecho vivir con Cristo”. En palabras de Juan: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Este cambio de actitud no viene de la marca de cereales del desayuno, ni del modelo de coche que tengamos, ni del sol o la lluvia de la mañana. “Esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir”.

Cristo no nos ha abandonado en el mal, no nos ha señalado, sino que nos ofrece la curación, pero si nosotros mismos no la queremos coger, nosotros nos juzgamos. Eso decía el evangelio de hoy. Ante el pecado del hombre, el que yo cometo y reconozco, Cristo no se separa de nosotros, como si no nos conociera. Al contrario, se acerca más, tanto como para ponerse Él en nuestro lugar y asumir la culpa que nos corresponde. Se cambia por nosotros. ¿Quién asume nuestro mal en la vida, nuestros errores? ¿Quién lo hace y calla? ¿Lo hacemos nosotros con los demás? Es una nueva dinámica, una inercia transformada.

Fíjense qué cerca estamos ya con estas lecturas del Viernes Santo, pues esto es lo que sucederá entonces. El Señor no da un paso atrás y nos dice: “Ya te lo dije”. O dos pasos atrás y nos dice: “Culpa tuya”. Se acerca a nosotros lo suficiente como para que Dios lo confunda con nosotros, que para eso se ha hecho hombre, y sube a la cruz sin decir ni pío, sin reclamar su inocencia, convencido de que hace bien. No reclama su inocencia por mí.

Y el Padre secunda el plan, deja que el Hijo se entregue y padezca en la cruz, y Él, a cambio, nos da la vida eterna. Nos da el Espíritu Santo, para que también nosotros podamos hacer como han hecho el Padre y el Hijo: podemos elegir bien. ¿A quién que nos haya hecho mal, le responderíamos con un bien? La manera humana de responder está aquí claramente mejorada por la manera cristiana: es una perspectiva nueva, que no tiene el mundo, que está en el evangelio, que se nos ha dado a nosotros, de la que nos hemos beneficiado: ¿la ofrecemos a otros?

San Juan de la Cruz lo dice así: “Donde no hay amor, por amor y sacarás amor”. Esto es cambiar una dinámica: a un mal, otro mal, y otro, y otro… la cadena se vuelve infinita, hasta que alguien decide no dejar en evidencia al que ha hecho mal haciendo otro mal, sino eligiendo hacerle un bien. Y entonces invierte la dinámica del mundo. Sólo un un corazón lleno del amor de Dios, es capaz de no reaccionar ante un mal con un mal, sino con un bien. Pero esa gente cambia el mundo. Esa gente, que obra como Cristo ha obrado en la cruz por nosotros, le da la vuelta a este mundo cada día más malvado y egoísta, como se le da la vuelta a un calcetín, y nos ilumina a encontrar un nuevo camino.

En el fondo, eso es la cruz de Cristo, un faro desde el que Cristo proyecta una luz para elegir y obrar bien. Es la luz de su amor. Cuando, ante las contrariedades, ante la tentación del pecado, ante el sufrimiento o la injusticia, el miedo o la amenaza, ante un fallo tras otro, desesperamos, es porque hemos bajado la cabeza y hemos dejado de ver, como la serpiente en el estandarte, la cruz. Necesitamos volver ante la cruz y dejar que nos ilumine, porque la cruz ha cambiado la inercia mortal de nuestra vida.

Es lo cristiano responder al mal con el bien. Es cristiano perdonar el mal con el bien del amor. ¿Yo vivo como cristiano? ¿Respondo al mal con el bien, al desprecio con amor? Eso es lo que hemos aprendido de Cristo, eso es ser cristiano. Que el Señor, con su cruz, nos ilumine esta semana para vivir como cristianos el camino hacia la Pascua.