Allá por el año 304, en la persecución de Diocleciano un grupo de cristianos en Abitinia fue apresado y enviado a la capital, Cartago, para ser interrogado por el gobernador. Después de un interrogatorio duro y con crueles torturas, los cristianos fueron invitados a abandonar las reuniones que frecuentaban a cambio de salvar su vida. La respuesta fue: “sin el domingo no podemos vivir”. Una, incluso, afirmaba: “Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor porque soy cristiana”. Aquel grupo de 49 cristianos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, entregó la vida antes que renunciar a celebrar el día del Señor, el primer día de la semana.
¿Con qué se queda Juan de la escena que acabamos de proclamar? De todos los recuerdos, lo primero es informarnos de que era el primer día de la semana. En muchos de los lugares a donde el evangelio llegaría en los primeros siglos, ni siquiera entendían el concepto “semana” como orden de siete días, pero él advierte: era el primer día de la semana.
Juan es un creyente, para un creyente no existen las casualidades. Todo ha comenzado a tener sentido en ese primer día, el domingo que resucitó el Señor. Lo que acaba de vivir lleva la firma de una mano prodigiosa, de un gran artista, de un director inteligentísimo. ¡Qué bien lo hace todo Dios! El primer día creó, para el primer día redimir. Así debió pensar Juan al ver la tumba vacía el primer día de la semana.
Los cristianos aprendieron después una expresión para explicar esto: admirablemente creaste, más admirablemente aún redimiste. El primer día de la creación fue maravilloso, pero no tenía sentido para sí, sino para que, en otro primer día, comenzara una nueva creación, se realizara nuestra redención. El sentido del mundo, de la vida, de la creación, del hombre, no es uno mismo, es teológico, lo da Dios.
Creer es reconocer, como hace Juan en la mañana de Pascua, que el sentido de todo estaba, como en una semilla, cuando todo comenzó a ser, pero solamente mostró la belleza de su fruto en la Pascua, cuando todo fue renovado. Tanto es así, que aquellos mártires de Abitinia comprendieron que, si iban a vivir muchos, cientos de domingos en su vida, pero no los iban a vivir celebrando al Señor, eso no era vivir.
Dios lo ha hecho todo para rehacerlo. ¡Cuántas veces creemos que se equivoca, que no se entera, que no hace justicia o que no hace lo que debería! Nos creemos que no entiende, pero ¡qué bien que hace! Dios hace algo insospechado con Jesucristo: mejor que librar a su Hijo de la muerte, consiguiendo con ello que un grupito pequeño creyera en el poder de Dios, mejor aún es dejar a su Hijo pasar por la muerte de todos y resucitarlo para que todos puedan creer y recibir su vida poderosa, la que Cristo tiene en la resurrección, una vida que ni siquiera puede ser retenida por la muerte. Este día primero va a ser tan importante que los cristianos van a querer repetirlo para recibir esa misma vida eterna.
Por eso san Pablo dice que quien ha conocido a Cristo sólo puede aspirar a lo más grande: lo de arriba. No hay nada más arriba que la misa del domingo: ¿cómo preparo, celebro y continuo la misa del domingo? Nuestra primera respuesta al amor de Dios es el domingo como día del Señor y la misa del domingo como centro de nuestra fe. ¿Por qué cosas dejo o empeoro el domingo y la misa del domingo? ¿a qué doy prioridad en el día del Señor? No es que se nos mande venir, que se nos manda, es que, si nuestra vida intenta mirar hacia arriba, nada tenemos más arriba que el domingo y la misa del domingo.
Y los cristianos comienzan a reunirse cada primer día de la semana para que, no viendo, vean y crean. Aquí no vemos nada, no sentimos nada, no decimos nada, en comparación con lo que nos espera. Muchos se hartan y dejan la misa, o le quitan peso en su vida, porque creen que aquí toca sentir, y no, toca creer.
San Juan Pablo II decía: “A los discípulos de Cristo se pide que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el «fin de semana», entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso o diversión”. Seamos cristianos formados: el sábado es una cosa y el domingo es otra. Y no hay color.
Nosotros, privilegiados, tenemos todas las herramientas para hacer del domingo y de la misa el fundamento de nuestra vida. Muy privilegiados. Multitud de misas, de iglesias, de horarios, de formación… nuestra respuesta ha de ser la mejor. Nos toca recoger el guante que Juan, Pedro, los mártires de Abitinia y tantos recogieron: sin el domingo no podemos vivir, sin el domingo haremos lo que sea, pero no vivimos.
Al ver el sepulcro del Señor vacío, Juan creyó que también su sepulcro se vaciaría el último día. Que la muerte había perdido su poder. Que ahora todo era diferente, que las prioridades cambiaban, que el Señor iba a ser lo primero. Así quedará también el nuestro el último día, vacío, si activamos el poder de la Pascua, que se nos da cada domingo, porque sin el domingo seremos mucho como el mundo, pero no estaremos realmente vivos.