Cuando uno decora una habitación elige previamente una temática; cuando tiene que escribir un documento, primero lo enmarca en un contexto o acota sus límites para que se entienda bien lo que va a exponer. Desde muy antiguo, la Iglesia hace lo mismo, abre cada tiempo litúrgico del año con un salmo distinto que le da un tono propio y reconocible. En el Adviento es el salmo 24, en la Navidad el 2, en Cuaresma el 90, en Pascua el 117.
Hoy hemos cantado el salmo 90 precisamente por esto: nos indica que no estamos solos en este tiempo, sino que somos herederos de una tradición preciosa; que no estamos aquí porque queremos sino por elección divina.
Y el salmo nos dice que, en medio del desierto, lugar de la tentación, de la prueba, emerge un grito de confianza y seguridad que viene a transformar nuestra visión de las cosas: “Me invocará y lo escucharé. Lo defenderé, lo protegeré, lo glorificaré”.
El salmo no dice que uno pueda vivir sin desgracias: la auténtica prueba, de la que va el salmo, es la tentación. Las ofensas, los ataques, los sufrimientos que el hombre pueda sufrir no son definitivos: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, temed, más bien, a los que pueden matar el alma junto con el cuerpo”, dice Jesús en el evangelio.
El primer domingo de Cuaresma nos quiere enseñar a afrontar la tentación en nuestras vidas. Porque, lo primero que debemos tener claro es que las tentaciones son lo de todos los días. El bautizado experimenta la tentación de forma cotidiana, así lo dice el libro del Eclesiástico: “Si entras a servir al Señor, prepara tu alma para la tentación”. Si uno considera que no es tentado, no es por protección del Señor, Él mismo fue tentado, es porque está en un plan tan flojo, que el tentador no necesita probarnos: simplemente nos deja caer.
La tentación busca dañar al alma y hundir el ánimo. Así vemos en el evangelio: un Jesús que come piedras convertidas en pan no dañaría su cuerpo, pero sí su alma. El Tentador viene a amenazar nuestros puntos débiles. Jesús, como hombre que es, recibe las tentaciones propias de la humanidad de la que participa: el apetito, la posesión, los proyectos. Él las afronta para que veamos reflejadas en ellas las nuestras.
Pero, en la raíz de la palabra probar, tentar, hay un doble sentido: significa poner en dificultad, pero también significa tener certeza. Él las vence, para que sepamos que también nosotros las podemos vencer. A menudo, nos sentimos ante la tentación como si estuviéramos solos, como en un desierto, hundidos. Entonces, la certeza de la victoria de Cristo, nos anima a superarlas también cuando más invencibles parecen.
¿Cómo se vencen? La tentación no es el pecado, la tentación no es el paso previo al pecado necesariamente, sino que estamos llamados a que la tentación sea el paso previo a la virtud, a la victoria.
Sabemos que las tentaciones se nos presentan siempre bajo capa de bien, sabemos además que nos ofrecen una solución, una respuesta inmediata y fácil a una determinada situación. Y tenemos experiencia de que siempre buscan, como Satanás con Jesús, forzar un poco la mano, un atajo, eliminarnos una aparente necesidad.
Sin embargo, Jesús nos enseña que la necesidad es el espacio en el que la Providencia de Dios actúa. La necesidad es el ámbito en el que podemos vivir de la Palabra del Padre. Satanás busca que eliminemos cualquier sensación de necesidad, de debilidad, de desvalimiento, como hizo con Adán y Eva: “seréis dioses”. Y Jesús, por el contrario, en su debilidad, en su flojera, encuentra un lugar donde su Padre lo defiende, lo glorifica.
Por eso, la Cuaresma -como la vida- es una prueba de sobriedad. Como un desierto, una prueba de sobriedad. Nos cuesta mucho aceptar la sobriedad por las buenas, no darle al ánimo lo que quiere, al cuerpo lo que desea, pero la sobriedad es necesaria para derrotar a la tentación. A veces, bajo capa de inconformismo, o de ambición, lo que hay es miedo a la necesidad, o falta de fe en la Providencia. Pero Jesús responde sobriamente al demonio, no negocia con él, no busca más que la voluntad del Padre.
El primer domingo de Cuaresma nos habla de tentación, de soledad y desierto, pero también de humildad, de sobriedad, y de esperanza: ¿Con cuántas cosas pienso: “lo necesito”? ¿Cuántas supuestas necesidades simplemente quieren alejarnos de la sobriedad de Jesús, de su fe en medio de la necesidad? ¿Cuántas son simplemente comodidades, que hacen bien al cuerpo pero no al alma? Y, ¿cuáles son mis necesidades reales?
Cristo ha vencido a la tentación, unidos a Él también nosotros podemos vencerla, y así se cambia mi casa, mi sociedad, mi mundo: en lo que a otros no les importa caer, les parece que es mejor hacer mal que bien, yo me animo a perseverar en el bien. Las tentaciones existen, son un camino donde todo es justificable, donde todo parece razonable, nada creyente. Parece que si se coge ese camino “da igual”, “no pasa nada”.
La Cuaresma viene en ayuda de los cristianos para que subamos el nivel del mundo y no tiremos por lo fácil; que apostemos por lo correcto, la confianza, y no optemos por lo inmediato que queremos y vestimos de necesidad: pocas son las verdaderas necesidades y Dios no sólo es la primera, es, además, el camino de Jesús. Quien lo busca descubre la protección de Dios, su gloria, su felicidad, la Pascua.