Domingo II Cuaresma

16 de marzo de 2025

Domingo II Cuaresma

Domingo II Cuaresma

La basílica paleo cristiana más grande del mundo se encuentra a las afueras de la ciudad de Rávena; es la basílica de san Apolinar, y el ábside de esta representa el misterio que acabamos de escuchar en el evangelio: un mosaico del siglo VI en el que, en el centro de la imagen, y dentro de un círculo dorado, precioso, en vez de aparecer Cristo vestido de gloria con figura humana, aparece en forma de una cruz llena de joyas preciosas.

Así, la imagen viene a expresar lo que decía el relato, que la transfiguración de Jesús es un misterio que apunta a la crucifixión, la cruz de gloria en el Tabor apunta a la cruz de ignominia en el Calvario. Así dice el evangelio que Jesús, con Moisés y Elías, “hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén”.

La cruz va a ser el crisol en el que la humanidad de Cristo será glorificada, la muerte no será para muerte sino para gloria, y Cristo ascenderá al madero de la cruz para ascender en gloria al cielo. Así viene a enseñar a los suyos que lo feo, lo injusto, lo triste y malvado de este mundo, sólo puede ser transfigurado por el misterio de la cruz de Cristo. La belleza solamente puede aparecer como fiable después de haber sido probada por el misterio de soledad y muerte que es la cruz de Cristo.

¿Qué es lo que quiere, entonces, Jesús, cuando permite a tres de sus discípulos contemplar esa escena? Prepararlos, fortalecerlos, para cuando contemplen el camino de la cruz, y asegurarse de que van a comprender la unidad de la cruz con la gloria. Quiere quitarles el miedo y la duda cuando llegue la pasión, que vayan asimilándola poco a poco.

Sin embargo, los apóstoles, dice el evangelio, “se caían de sueño”. El sueño también aparece en la primera lectura, también “un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él”. En la tradición bíblica, el sueño es lugar de la acción divina, pero también en estas lecturas es un signo de la debilidad del hombre, que no es capaz de mantenerse en vela ante el misterio de Dios.

El sueño es una opción que cualquiera de nosotros puede tomar ante lo importante; decía el príncipe Hamlet, cuando meditaba sobre si ser o no ser, que “morir es dormir, tal vez soñar”. No podemos dejarnos llevar por el sueño ante las cosas importantes. Corremos el riesgo de estar ante las cosas que Dios nos quiere decir para más adelante, para la vida, para nuestra felicidad, y mientras nosotros estar enredados en distracciones, en evitarnos pensar ante cosas que nos exijan decisiones o cambios.

Jesús hablando de la Pasión, de bajar a Jerusalén, y los discípulos pensando en comodidades. Jesús anuncia la Pasión, explica que es necesario hacer un camino con Él para participar en la gloria que han contemplado, pero los discípulos se adormecen en sus cosas…

La Cuaresma es un tiempo austero, serio, como ese diálogo de Jesús con los profetas, es un tiempo para ir a la raíz de las cosas, pero nuestra parte más superficial quiere despistarnos: nos conformamos con ir tirando… igual preferimos no ser a ser, que diría Hamlet.

Pero los profetas del evangelio, y al final los apóstoles, tienen que atravesar una nube, que resistir un sueño, que entrar en lo importante para descubrir lo bello de Dios. Lo bello y lo difícil no son cosas incompatibles, de hecho suelen ir unidas. Nosotros -decía san Pablo- “somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador”. ¿Es esa nuestra preocupación?

La Iglesia propone cada año este evangelio el segundo domingo de Cuaresma para recordarnos dos cosas: en primer lugar, que aquellos que confíen en Cristo y en su protección y venzan las tentaciones, como escuchábamos el domingo pasado, serán transfigurados, divinizados, glorificados para reflejar el amor de Dios eternamente, por encima y a través de todas las dificultades de esta vida.

En segundo lugar, que la vida cristiana no es un camino fácil, ni inmediato, ni superficial, sino que reclama constantemente entrar en el misterio de Dios, descubrir el camino de la cruz en nuestra vida también. Lo de las tres tiendas no vale, lo de sentarse a esperar todo de Dios sin conversión de nuestra parte no es posible: solamente el que acepta la conversión de vida, los cambios en los biorritmos, la sobriedad y humildad en las relaciones y deseos, abre el corazón a lo profundo, a lo duradero.

Mis decisiones y mis acciones han de mostrar que “espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”. ¿Cambian mis palabras y obras en Cuaresma? ¿Quién se beneficia de mi caridad, mi paciencia, de mi entrega?

En la basílica de Rávena, los apóstoles en el Tabor no están representados como personas, sino como tres ovejas en el monte: pidamos al Señor que seamos dóciles a la voz de su palabra y sigamos el cayado de la cruz, que el mundo rechaza, adormecido por lo aparente.