La Iglesia española tenía la costumbre, desde el siglo VII, de preparar la Navidad celebrando una fiesta de la Virgen, el 18 de diciembre. Nuestra Iglesia romana ha aprendido de ella que la mejor forma de preparar la fiesta del nacimiento del Hijo es con una fiesta de la Madre: por eso, escuchamos siempre en el cuarto domingo de Adviento un evangelio en el que nos fijamos en María.
María va al encuentro de su prima Isabel, mujer de Zacarías, que espera el nacimiento ya cercano de su hijo, Juan. ¿A qué iba María, una joven nazarena embarazada, a visitar a su prima? Una piadosa explicación podría ser que María iba a ayudar a Isabel en el parto, pero cuando los evangelios narran el nacimiento del Bautista, María no aparece en la escena, ya no está por allí.
María iba en busca de un signo. El ángel Gabriel le había anunciado el embarazo de Isabel. María quiere ver aquello que ya ha creído. Quiere experimentar lo que el poder de Dios hace en los demás, compartir la alegría que ella está viviendo en su interior.
Por eso, no sólo el Bautista se alegra al reconocer al Cordero de Dios, sino que también María se alegra al ver a Isabel, y ve, más cercano, el cumplimiento de lo que el ángel le anunció. Isabel se convierte para María en un signo del poder de Dios, el signo que Dios le ha dado por su fe.
El signo que María contempla supone el reconocimiento de una visita. Eso es la Navidad: una visita de Dios. Una visita, pues esta no es la casa de Dios, su casa es el cielo. Dios viene al encuentro de los hombres, y viene porque nada hay que salga de lo más profundo de nosotros que lo que pedíamos a Dios en el salmo: “Ven a visitar tu viña”. Hay muchas formas de decirle a Dios que lo necesitamos, esta del salmo es la propia del pueblo de Israel, la viña del Señor.
¡Ven, Señor Jesús! Llevamos diciendo todo el Adviento mientras encendemos velas de la corona. Entonces nos advierte la segunda lectura: si nosotros le decimos a Dios que venga pronto, el Señor responde: “He aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad”. Le pedimos al Señor que venga y Él nos responde que viene para hacer la voluntad de Dios. ¿Cuál es esa voluntad? “Que todos los hombres quedamos, por su venida, santificados”. Hay que leer bien la segunda lectura en casa para comprender un poco más el misterio de la Navidad, del Dios que viene a nosotros, que no nos ha creado y abandonado a nuestra suerte, que no busca agradarnos con cosas vanas sino darnos su Espíritu Santo, que no lo hace cómodamente, desde el cielo, sin implicarse, sino que lo hace enseñándonos a hacer la voluntad de Dios siendo hombre. Ahora tenemos el camino hacia Dios, un camino que podemos seguir.
Por eso, la venida del Señor, su nacimiento, produce en los hombres alegría. Genera en nosotros seguridad, deseo de comunión, porque Dios se queda con nosotros, vive una vida con nosotros. Repetíamos en el salmo responsorial: “¡Ven y muéstranos tu rostro!” Y Dios nos va a mostrar un rostro recibido de María que es su auténtico rostro. Mientras que nosotros buscamos que Dios nos bendiga para ser grandes, para tener poder, Dios viene en María a visitar a Isabel, que es imagen de la Iglesia, anciana, débil, pero alcanzada por el poder de Dios, que recibe el poder de Dios como algo pequeño, sin influencia. ¿Cómo deseamos a Dios en nuestra vida? ¿Qué alegría es que conozca nuestra debilidad?
Estaría bien tener en cuenta algunas pistas de cara a la Navidad que se nos echa encima: a los cristianos nos toca recordar a todos que estos son días de Dios, antes que cualquier otra cosa, antes que de encuentros familiares o de amigos, o de fiesta sin control, o de gasto justificado, lo primero es elegir bien a qué misas voy a ir, dónde y con quién, programarnos para llegar un rato antes de la misa, para prepararlas bien.
Viene bien pensar, igual que uno organiza cuándo va a ir de compras, cuándo va a ir a la iglesia a rezar cada día. Es importante recordar que nosotros no hacemos como el mundo, porque si hacemos como el mundo, Navidad perderá su sentido, también Epifanía. ¿Voy a compartir lo que tengo y otros no tienen?
Cojan un buen libro sobre la Navidad, hay muchísimos, y lean estos días. Leer es bueno para el espíritu, y estos son días para hacer más fuerte el espíritu. Y no se dejen llevar por cada capricho o deseo que tengan, el Dios creador de todo se hace en Navidad dependiente de todo, y esa forma de hacer nos salva, por eso que no sean días de pedir sin parar, de mandar, de complacerse, sino de hacer memoria con nuestra forma de actuar y de decidir de cómo ha hecho Dios para salvarnos: se ha hecho necesitado.
Por último, Dios viene a traer paz a nuestro mundo, a nuestra casa, pongan paz en las suyas, en su interior, hagan penitencia, confiesen sus pecados, pidan perdón, busquen la reconciliación. Si a veces nos parece difícil, no olviden que Dios se ha encarnado para santificarnos. Que sean días santos para todos porque Dios nos ha mostrado su rostro y nos ha recordado el amor por el que ha venido a visitarnos.