Domingo IV Pascua

11 de mayo de 2025

Domingo IV Pascua

Domingo IV Pascua

Ha querido la providencia que, entre el evangelio del domingo pasado, en el que Jesús ratificaba a Pedro en su misión de apacentar a su grey, y el de este domingo, en el que Jesús es reconocido como el buen pastor, la Iglesia haya recibido la buena noticia de un nuevo sucesor de Pedro, en la persona del papa León XIV.

La forma de Jesús de ejercer su gobierno como buen pastor que da la vida por las ovejas es sirviéndose de Pedro, que en la persona del Papa manifiesta y ejerce el cuidado de Jesús. ¿Qué sentido tiene el empeño de Cristo en dirigir, en poner a la humanidad en una dirección concreta, como el pastor que guía a las ovejas por el campo para que le sigan?

“Yo les doy la vida eterna”. Así decía Jesús en el evangelio. Esto de creer en Dios, esto de seguir a Jesús, esto de la Iglesia, como cada uno lo queramos explicar, tiene un sentido: darnos la vida eterna, santificarnos. Cristo ejerce como buen pastor porque nos ofrece vida eterna, provee para su Iglesia una vida que va más allá de la muerte, que ya ha comenzado en la Pascua, en la que Cristo ha ido más allá de la muerte, la ha vencido y atravesado hasta las verdes praderas de la casa paterna. Así, el pastor no es bueno porque nos da lo que queremos, lo que exigimos, lo que creemos necesitar, sino porque da la vida, y la vida eterna.

Así, el don de la Pascua es la vida eterna. Todo esto va de vida eterna, ¿yo voy de vida eterna? ¿a qué vengo, para qué formo parte de la Iglesia? La cuestión es que en muchas ocasiones, como a las ovejas les pasa, también nosotros nos desorientamos, es decir, cambiamos nuestra orientación, perdemos la dirección: hemos comenzado, incluso las cosas de Dios, con una intención pero, al no estar suficientemente vigilantes, por rutina o  debilidad, nos ha pasado como a Pedro ante la pasión, que hemos cambiado nuestros objetivos, de Jesús, de la vida eterna, del evangelio, a algo mucho más personalista, mucho más lo que yo quiero. Siempre bajo capa de ser lo mejor, lo más razonado, lo que más sentimos, pero lo cambiamos.

Y el buen pastor nos busca para reconducirnos. ¿Me dejo corregir, me dejo reconducir? ¿cómo acepto que las cosas no sean como yo digo que sean? Ahí tenemos una señal interna, una luz que nos dice: te pones así porque has cambiado del objetivo saludable, porque has mudado a lo tuyo, porque lo tuyo se ha convertido en absoluto frente al pueblo y el pastor.

Pero, ¿cómo nos da la vida eterna este buen pastor? Por dos caminos necesarios, igual que necesitamos una circulación mayor y menor de la sangre. El buen pastor provee la vida eterna para su Iglesia por medio de los sacramentos: son un don para la Iglesia, pero un don mediado, que nos recuerdan también que la vida eterna se recibe como santidad. ¿Recibo los sacramentos para ser santo? ¿Busco en mi vida una fidelidad al evangelio y a la Iglesia, por la penitencia y la eucaristía? ¿Nos casamos para ser santos y ayudarnos a serlo?

El buen pastor provee la vida eterna para nosotros también desde la intimidad personal, en la que nos llama y compromete a un esfuerzo mayor, a un compromiso cristiano desde lo invisible a lo visible. Por eso, advertía el Señor que “mis ovejas escuchan mi voz”. ¿Dónde escucho la voz de Dios? ¿En qué acepto la voz de Dios y en qué me desoriento?

El Papa León XIV lo decía en su primera misa, el viernes, así: “Pedro, en su respuesta, asume ambas cosas: el don de Dios y el camino que se debe recorrer para dejarse transformar, dimensiones inseparables de la salvación, confiadas a la Iglesia”. ¿Para qué recibimos un Papa? Para que seamos más santos. ¿Para qué nos da Dios un buen pastor que guíe la Iglesia? Para que recibamos vida eterna.

Un Papa, una misa, un bautizo, una parroquia, un grupo cristiano, nos aportan el don de Dios y nos comprometen a recorrer un camino de conversión, que se manifiesta en nuestra vida, y lo notan nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros compañeros de clase o de trabajo, y al notarlo escuchan la voz de Dios, aunque no la sepan reconocer de momento, o sí.

¿Puedo hablar de conversión, de santidad, a la luz de mi vida de sacramentos? ¿Quién me dice que mi vida tiene que ser santa, que nuestra mayor felicidad es la santidad en el mundo, a la voz del buen pastor? Un Papa para ser santos, una eucaristía, para vivir la eternidad, y que, al vernos los demás, se admiren y quieran creer; así funciona esto, a eso nos llama el buen pastor.

Una última cosa: el cuarto domingo de Pascua la Iglesia ora especialmente por las vocaciones al sacerdocio. El abismo vocacional es inminente, nosotros somos de mucho exigir, muchas misas, los funerales al gusto, y ese chollo se acaba. Vale más que cada día oremos por las vocaciones, que hablemos a hijos y nietos del sacerdocio, y que demos ejemplo de la belleza de entregar la vida y de vivirla sobriamente, o pronto cogeremos el coche no para elegir misa, sino para ir a misa, como ya sucede en tantos lugares de España. Aprovechemos para vivir hoy en santidad, y Dios proveerá para bien de su Iglesia, como ha hecho dándonos un nuevo Papa.