Domingo VI Pascua

25 de mayo de 2025

Domingo VI Pascua

Domingo VI Pascua

Con este evangelio que acabamos de escuchar, Jesús comienza a gestionar la crisis que su marcha va a suponer en sus discípulos. El próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor a la derecha del Padre y el siguiente Pentecostés, el envío desde el cielo del don del Espíritu Santo.

Por eso, Jesús tiene que trabajar con sus discípulos cómo va a tratar con ellos desde entonces, que es la misma forma en la que trata con nosotros dos mil años después: “el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Dios va a enseñarnos por la acción del Espíritu. Enseñar significa, propiamente, escribir por dentro. Dios va a escribir dentro de nosotros para que descubramos la relación que Él nos ofrece, a nosotros nos toca mirar eso que ha escrito en nosotros para recordar lo que somos y obrar oportunamente.

Es encomiable la actitud de mente abierta y sabia de los discípulos a partir de entonces: nosotros llevamos dos mil años pensando que Jesús se nos tiene que aparecer a todos y en todas las cosas que nos van mal, infinitas apariciones a nuestro gusto, para ratificarnos en lo que no vemos. Aquellos entendieron que ese tiempo había pasado. Aprendieron del Espíritu Santo.

A los que no desean aprender esta forma de presentarse de Dios, no les queda otra que vivir como si Dios no estuviera, renegando de Dios en las malas, defraudados por un Dios que no se aparece como le pedimos, en definitiva, poniendo su confianza en lo creado, no en el Creador.

Aquella enseñanza de Jesús a los discípulos en el evangelio les sirve para vivir con la certeza de la presencia de Dios, que escribe en el interior de su ser para aprender a afrontar lo que los sentidos captan en el exterior.

Seguramente alguna vez, cuando hayan entrado en una catedral, habrán reparado en que, en sus columnas, hay una cruz adornada con una vela, doce velas con doce marcas. Esas marcas indican que, el día que fue consagrada esa iglesia, esas piedras fueron ungidas con crisma, como se hace con nosotros el día de nuestro bautismo. La unción es un signo de elección eterna. Entre todas las piedras que componen un hermoso templo, entre todas las de la creación, estas doce han sido ungidas.

Ciertamente, el número no es casual: la Iglesia ha sido edificada, dice san Pablo, sobre el cimiento de los apóstoles. Las columnas que sostienen el templo representan a los apóstoles, que sostienen el edificio de la fe. “El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los Apóstoles del Cordero”, decía hoy el Apocalipsis.

Pues a la manera de lo que se hace en las iglesias, en el interior de las iglesias, así hace Dios en nosotros, nos marca, nos crisma, como signo de su predilección, para recordarnos, con una pequeña pero permanente luz, que por el don del Espíritu Santo hemos sido hechos los hijos de Dios, y que por nosotros ha de hacerse visible la Jerusalén celeste frente a lo pasajero que es este mundo, la mentira tan grande que es el poder, la protección y la supuesta fuerza de este mundo.

Porque, al final, nos decía el Apocalipsis, pasará este mundo, y la Jerusalén celeste se instalará, con todo lo que de perenne haya en nosotros. ¿Qué es lo que sucede? Que el Espíritu de Jesús se empeña en enseñarnos constantemente, en educarnos y recordarnos en toda circunstancia lo que somos, y a nosotros nos toca vivir con el corazón abierto para poder recordar esa luz y dejar que ilumine las cosas que vivimos, las que nos preocupan, las que deseamos.

Para una vida cristiana, para un camino como discípulos de Jesús, la humildad es una virtud necesaria, sin humildad no vamos a aprender nada, vamos a crearnos rutinas, pero no a vivir en Dios. La vida cristiana es un crecimiento permanente, un constante descubrimiento, una experiencia fascinante y retadora que pone a prueba todo lo que hacemos y elegimos en este mundo, a la luz de la Jerusalén celeste. ¿Qué ilumina Cristo en mí? ¿Qué estoy aprendiendo en la vida de la Iglesia, cuál es mi formación cristiana permanente?

La paz de Dios que Jesús da en el evangelio de hoy, no es la paz del mundo, que es vanidad pura, no hay que ir al Tibet, ni a las Maldivas, ni que cumplir cada sueño para tener paz, sino que es la consecuencia de escuchar a Dios y obrar según Él, venciendo las malas formas de la ética de este mundo, egoísta y sin principios.

Uno sabe que tiene la paz de Dios cuando todas las cosas propias, las que uno quiere priorizar, se hacen pequeñas, y sabe que no tiene la paz de Dios cuando todos los intereses, preocupaciones, prioridades de mi vida, se hacen enormes.

Aprender a ser cristiano no se acaba con diez años, con la primera comunión, la cuestión es si queremos aprender a ser cristianos escuchando a Dios, dejando que Él nos enseñe, o que lo haga el mundo.