Domingo VII Tiempo Ordinario

23 de febrero de 2025

Domingo VII Tiempo Ordinario

Domingo VII Tiempo Ordinario

En los tiempos del GPS y la geolocalización, el joven David difícilmente podría haberse ocultado del rey Saúl que lo persiguió por pura envidia en la tierra de Israel. Meses escondiéndose, viviendo pobremente cuando lo tenía todo en palacio después de sus hazañas militares. Imaginen el estado de nervios que llevaría: el rey Saúl con su ejército, lo buscaba para matarlo, para asegurarse de que nunca le hiciera sombra, a pesar de que David había vencido al gigante Goliat y otras cien batallas a su beneficio.

De repente, una noche, contaba la primera lectura, David se encuentra ante la oportunidad de acabar con Saúl y respirar tranquilo para siempre. Y, en lugar de matar al rey, le perdona todo el dolor, el sufrimiento, la angustia por la traición y la injusticia. Nadie le habría echado en cara matar a Saúl, todos lo habrían asumido como legítima defensa, pero David, ante esa prueba, actúa movido por una enorme piedad: no se puede matar al ungido del Señor. David encuentra a Saúl indefenso y no se aprovecha, sino que le muestra fidelidad. Lo buscan para una milla, y él acompaña dos. Le piden el manto, y da también la capa.

La compasión amplía la capacidad de entender la realidad y de responder de David. La compasión no debilita a David, lo fortalece. No lo hace más ingenuo, sino más sabio. En un mundo de poder y abusos, de gritos y violencia, las personas compasivas son un tesoro; los que razonan con misericordia deberían ser nuestros mejores amigos, consejeros inseparables.

Sin embargo, nos podemos preguntar al escuchar estas lecturas: ¿dónde está la justicia? ¿y la razón? ¿Qué me parece la actitud de David? En este evangelio, Jesús parece contradecir toda justicia, si nos dice que demos a quien nos pida sin devolver, y parece contradecir toda inteligencia cuando pide, además, amar al que nos ofende.

¿Por qué pide algo así? Jesús quiere que nos acerquemos, mínimamente, a esa medida generosa, rebosante, con la que Él nos ha tratado a nosotros. Jesús quiere enseñarnos una actitud para la vida, que no solamente debemos conocer sino también aceptar y elegir en ocasiones, pues Él ha obrado así por nuestra salvación. Él no sólo ha concedido el perdón a quien ha cometido pecado contra Él, sino que, además, le ha ofrecido salvación eterna.

Jesús no niega que contra el mal se reacciona; al mal se le planta cara, se le desenmascara, pues si no se hace así el mal gana, lo mismo si hablamos del mundo y de la gente que si hablamos de lo profundo del corazón, donde el mal busca vencernos. Pero nuestra actitud en esas y en todas las circunstancias no ha de ser vengativa, ni ventajista.

David no se aprovecha de Saúl: aunque Saúl estuviese haciendo daño a David, elige la misericordia. Acepta no ganar y así gana más. Les recomiendo una película estupenda de los noventa, para todos los públicos, “En busca de Bobby Fischer”: aquel niño, Josh, da esa luminosa lección también a los suyos, que de nada vale ganar el mundo y perder la vida, triunfar en todo pero arruinar la felicidad eterna.

Por eso, necesitamos aprender cómo obra Jesús con nosotros para entender la petición que nos hace con respecto a los demás. Ciertamente, la actitud de Jesús es desconcertante. Más aún en esta sociedad tan vengativa, con dinámicas de poder tan fuertes, despiadadas y destructivas como vemos cada día a nuestro lado.

Dios aparece en la vida de los hombres cuando aparece la misericordia, la compasión, la puerta abierta a la amistad. Esa forma de evangelizar está al alcance de todos nosotros. Si mostramos misericordia con los que lo hacen mal en el trabajo, en casa, entonces abrimos la puerta a que el otro descubra la compasión de Dios. ¿Sabemos valorar eso?

¿Cómo hablar de Jesucristo muchas veces en la vida? Obrando con misericordia, ofreciendo tablas a quien no las merece. Un evangelio como el de hoy nos muestra muy bien que, al final, la religión no son cosas que hay que hacer, no son modas, rezos ni normas: es Dios que ha venido a cada uno de nosotros para darnos algo inalcanzable, la felicidad del cielo. Le hemos pedido una milla, la felicidad pasajera, un buen deseo, un capricho, un milagro, y Él nos ha ofrecido dos, la gracia, la felicidad eterna.

Porque, sí, la compasión, que aparece al mundo de hoy como debilidad, es en realidad una enorme virtud, una actitud creativa, porque parte de una mirada de fe y nos ayuda a salir de nosotros mismos, de lo mío, de lo que yo quiero o creo que necesito, de lo que a mí me pasa, de lo que sufro. La compasión está lejos del pasotismo y de la injusticia, y es una enorme victoria sobre el individualismo que asola al mundo y a la Iglesia. Es una actitud propia de Jesús de Nazaret.

Y, una última pregunta: ¿Cuándo nos plantamos? ¿Cómo limitar esa compasión para no padecer como tontos? Jesús nos enseña su pedagogía: A veces toca ser bravos, Él mismo también lo fue, pero a veces toca sonreír y perder aun pudiendo ganar, como Jesús hizo hasta la muerte. En nuestro camino de santificación, uno aprende que si siempre es yo y lo mío, o me enfado y no respiro, necesito esa actitud que Jesús propone hoy.

Que el Señor nos conceda un corazón compasivo y misericordioso como el suyo, signo indudable de que su generosidad y amor están ya en nosotros.