Domingo XIV Tiempo Ordinario C

6 de julio de 2025

Domingo XIV Tiempo Ordinario C

Domingo XIV Tiempo Ordinario C

Dice el libro del Génesis en el capítulo 10 que, después del diluvio, los hijos de Noé se ramificaron por toda la tierra llegando a dar origen a setenta y dos naciones. Por eso, san Lucas dice en el evangelio que Jesús designó setenta y dos discípulos para llevar el evangelio, su fuerza y poder sobre toda forma del mal imaginable, a todos los lugares de la tierra.

Evangelio es una palabra griega que significa “buena noticia”, y se refiere en su sentido original al anuncio que un enviado hacía al rey después de que su ejército hubiese vencido en una batalla: así, aquellos setenta y dos llevan el evangelio, la buena noticia de que Jesucristo vence sobre todo mal, venciendo a todo mal, y ellos le devuelven a Jesús la buena noticia, le llevan el evangelio de que “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Sin embargo, no deja de ser llamativa la forma en la que se presenta esa victoria en todas las lecturas de hoy. El elemento común, lo anuncia el profeta Isaías, san Pablo, Jesús, es la paz. “Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa»”. La victoria del bien trae la paz. La victoria de Jesucristo trae la paz. La consecuencia de haber acogido el evangelio, de que esté en nosotros hasta lo más profundo, es una paz muy profunda. Consecuentemente, si el evangelio en nosotros es algo superficial, de cumplido, de pequeña implicación, también así será la paz en nosotros, que sólo alcanzará a lo más externo, no será duradera.

El envío de los setenta y dos nos advierte: el evangelio quiere llegar a todos los rincones de nuestra vida. Si no llega a todos, hasta a lo más íntimo de nuestro ser, no llevará la paz, dejará guerra en nuestra existencia. Donde está Dios, donde ha llegado el evangelio, la guerra, la violencia, el caos, no son definitivos, son perdedores, tienen fecha de caducidad. ¿Hay alguien sobre la faz de la tierra que no necesite saber eso?

Por eso, dice Jesús, “la mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Todos necesitamos cerca a quien nos evangelice, ¿quién me evangeliza y me habla de una paz verdadera, de victoria sobre el mal, no me anima a seguir haciendo el mal?

La paz es la consecuencia, entonces, de la presencia del evangelio de Jesús en nuestra vida. La antigua tradición cristiana española, al ponerse el sol, a la hora de encender velas, rezaba así: “en nombre de nuestro Señor Jesucristo, luz y paz”. Qué forma tan sabia de rezar, de asociar un hecho tan natural como la puesta del sol, la llegada de la oscuridad cada día, con el que nos libra de la oscuridad. Cuando la tiniebla, el tiempo del caos, aparece en nuestra vida, si hemos sido evangelizados, podemos pedir: “luz y paz”.

No podemos vivir en la oscuridad, en la muerte, entre tinieblas, todo es un caos así: pero nosotros hemos recibido la luz de la fe, y con la luz de la fe nos ha llegado la paz. Nuestra vida, que se oscurece cuando elegimos el mal o cuando viene sin elegirlo, de una forma misteriosa, ha recibido la luz de Dios. ¿Somos suficientemente agradecidos por la luz de la fe?

Juan XXIII decía en su encíclica Pacem in terris: “La paz en la tierra no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”. La fe nos enseña el orden de Dios, que es bueno para nuestras elecciones, es bueno para aprender qué relaciones nos hacen bien y cuales nos están quitando la paz, nos están trayendo oscuridad, quizás porque no siguen el orden de Dios. Paz no es no sentir, es elegir vivir en el bien.

Por eso, el pecado, ese desorden del hombre con respecto a la voluntad de Dios, hace que perdamos la paz. El pecado nos debilita y nos inquieta, nos incita a buscar la paz a nuestra manera. Cuando el hombre busca la paz, o cualquier otra cosa, al margen de Dios, se autodestruye. ¿Qué cosas trato de obtener en la vida sin escuchar a Dios?

En su encíclica sobre la Luz de la Fe, el papa Francisco cita a Nietzsche: “Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga”. Así, Nietzsche opone paz y verdad, como si la paz pudiese alcanzarse al margen de la verdad, como si se tratara de un estado fuera de la realidad, tapando la realidad. Tantos cristianos creen así hoy… No, sólo entrando en comunión con la verdad se puede vivir en paz. Nadie que vive falsamente alcanza la paz. La paz es fruto de la integridad de la relación del hombre con Dios, y se obtiene en la acogida viva de la Palabra de Dios.

Nosotros seguimos a Cristo con las dificultades de la vida, las preocupaciones propias de todo hombre… pero la luz de Cristo nos hace caminar a través de ellas con paz, sabiendo qué hacer, buscando el bien. La paz no es un buenismo conformista, relativista, todo vale, todo es de Dios; para nada. Es un atrevimiento seguro, una certeza activa, decidida, transformadora. ¿Dejo yo que Dios me ilumine, sea luz que me da paz, o prefiero no fiarme de Él? ¿Busco la luz de forma impaciente, lo primero que me venga, o dejo crecer la luz de Dios en mí?

“En nombre de nuestro Señor Jesucristo, luz y paz”, esa es la victoria del evangelio, llevemos esa luz a todos los rincones de nuestra vida.