Domingo XVI Tiempo Ordinario

20 de julio de 2025

Domingo XVI Tiempo Ordinario

Domingo XVI Tiempo Ordinario

La hospitalidad es la característica común en las lecturas de hoy: Abraham y Sara, Marta y María, reciben una visita que va a transformar sus vidas y su hogar. Si sabemos a quién recibimos en nuestra vida, nos será más fácil comprender lo comprometedor que es Dios, con esa forma misteriosa de revelarse. San Benito de Nursia dice en su regla a sus monjes que hay que recibir al huésped como si fuese el mismo Cristo.

Vemos en Abraham que la hospitalidad era, desde antiguo, muestra de respeto y fraternidad, algo muy serio e irrenunciable; pero no es una cuestión de educación sin más, sino que en ella ponemos nuestra fe a prueba. Recibir a alguien en casa siempre tiene consecuencias. No sólo el huésped es transformado. El huésped también transforma al que lo acoge, miren las lecturas de hoy.

Pero no hablamos sólo de inmigración, ni de turismo. Todos los días, cada uno de nosotros se encuentra ante la responsabilidad de dar asilo en nuestra vida y nuestro corazón, nuestro horario y nuestras costumbres, a nuevas ideas, modas, personas, gestos… Y ninguna de estas viene sola. ¿Tú de quién vienes? ¿Para qué me visitas?

La actitud para saber acoger nos la enseña en la primera lectura Abraham: ante un extraño, levanta la vista y dice: “Señor, no pases de largo”. Quédate en mi casa, no pases de largo. ¿Imaginan entrar cada día a la iglesia diciendo: “Señor, no pases de largo”; llegar al trabajo o a casa diciendo: “Señor, no pases de largo”; tratar con la gente o empezar vacaciones diciendo: “Señor, no pases de largo”? Eso es vivir la vida no por utilidad, sino por fe.

Dios no nos pide ser educados con Él, nos pide abrir el corazón. No pide una religión de protocolo, nos pide dejarnos transformar por su Palabra. No nos pide una justicia menor, como la del sacerdote y el levita del evangelio del domingo pasado, sino una justicia como la del samaritano, como la suya. Quien acoge de forma ruin, de forma ruin será acogido.

Porque, ¿cuál es la consecuencia de percibir, de reconocer al Señor? Respondía el salmo: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?”. Si nosotros lo acogemos, Él nos acogerá. Pero viene misteriosamente, por eso tenemos que aprender a descubrirlo.

La actitud de Marta y María nos dejan un claro mensaje para saber recibir al Señor: una vida a la carrera es una vida sin saber quién viene. Incluso con una vida llena de responsabilidades, ocupaciones, tareas, niños, padres, jefes o subordinados, la actitud de María centra la de Marta.

Cuentan los padres del desierto que tres jóvenes amigos decidieron, llenos de celo, hacerse monjes. Uno de ellos quiso dedicarse a reconciliar a los que estaban enfrentados. Otro visitar a los enfermos. El tercero, dedicarse en soledad a encontrar la presencia de Cristo. Al cabo de un tiempo, el primero, cansado de no poder poner paz en todos los pleitos de los hombres, y el segundo, desanimado por no poder acompañar a todos los que lo necesitaban, fueron al encuentro del tercero, y le contaron sus decepciones e inquietudes. Este, tras escucharlos en silencio, llenó una copa de agua y les dijo: “Mirad esta agua. Estaba turbia”. Pero tras dejarla reposar pudieron contemplar que se había vuelto transparente y descubrieron su rostro limpio en el agua.

No basta, como a Marta, con dedicarnos a cualquier obra buena, a una tras otra. La quietud del silencio es necesaria para purificar nuestras intenciones, para descubrir la presencia y la llamada de Dios. Al principio, la copa de agua, llena de partículas, no dejaba ver nada. Pero cuando el fango se asentó, los amigos se pudieron ver como en un espejo, ver su rostro, sus pecados, su vida, todo.

Esto nos pasa cada día en nuestra vida, nos cuesta reconocer a Dios porque vivimos agitados; incluso llenos de obras buenas, pasa a nuestro lado, pero no lo reconocemos. Nos pasa en misa, que pensamos que se puede venir de cualquier manera, que da igual como estemos… pero si no se ha calmado el agua de nuestra copa, no descubrimos a Dios y quedamos insatisfechos, como Marta. Necesitamos decir: “Señor, no pases de largo”. Tenemos que reorganizar horarios, costumbres, formas, disciplina…

Nos pasa en la vida, en la de lunes a viernes, y en la de sábado y domingo. En nuestra sabiduría, la presencia de los otros nos estorba cuando no encaja con nuestra vida, sean buenos o malos, vengan de Dios o de Satán. No hemos dejado asentar la vida, y la presencia de Dios se oculta, no es que no esté, es que nos la inventamos. ¿Soy hospitalario? ¿en mi casa, en mis costumbres, en misa? ¿Qué valor tiene el silencio para mí? No como huida, sino como luz.

El Señor viene a jóvenes o adultos, en invierno o verano. Y aquí está en juego nuestra estabilidad: cuantas más distracciones hay en nuestra vida, más difícil es encontrar a Dios y más dependemos de nuestras distracciones, más turbia se vuelve el agua de nuestra copa. Nos llegamos a convencer de la bondad de muchas distracciones, y lo único necesario es el Señor.

Que Dios nos ayude a aprender buenos hábitos en verano para encontrar realmente a Dios, que espera en nuestras distracciones que nos sentemos, para no pasar de largo.