Domingo XXI Tiempo Ordinario

25 de agosto de 2024

Domingo XXI Tiempo Ordinario

Domingo XXI Tiempo Ordinario

El evangelio de hoy domingo cuenta la deserción de tantos que, habiendo comido el pan que Jesús les dio en el monte, han creído que ese era un camino demasiado complicado y escandaloso para ellos. Han pensado que todo se hace fácil y automáticamente al comer, que ya no hay problemas ni esfuerzos, que ya no hay compromiso… y se van. No hay nada nuevo bajo el sol: conocemos tantos bautizados, eucaristizados, recién confirmados que recibieron su primera comunión o su confirmación, se alejaron de la fe cuando hubo que elegir entre ir a misa o no los domingos… y eligieron mal.

Jesús, lejos de juzgar, pregunta a los suyos: “¿También vosotros queréis marcharos?” La decepción por las dificultades, por lo no esperado, por no conseguir lo que deseábamos de Jesús, por las dudas… puede hacer que también nuestro ánimo, como el de aquellos, decaiga.

Los momentos de crisis son siempre interesantes: O desertamos o nos quedamos, pero no de cualquier manera, sino con mayor decisión e intensidad, con una mayor implicación. Con Jesús, o se está plenamente, o no se está. O uno está dispuesto a apostar por Él a pesar de todo, o acabaremos debilitados y marchándonos de su lado, algunos por una cosa y otros por otra.

La reacción correcta la vemos hoy. Hoy cerramos un paréntesis de cinco semanas que hemos hecho en el evangelio de Marcos para leer todo este capítulo 6 de san Juan, y lo hacemos contemplando la grandeza de alma de los discípulos: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Nada es más fácil con Cristo, Jesucristo complica nuestra vida, lo que pensamos, lo que decidimos, lo que queremos hacer… pero es el Santo de Dios.

A cincuenta kilómetros de la ciudad de Cesarea de Filipo, donde Pedro había confesado, en la tranquilidad de una tarde junto al lago, “Tú eres el Santo de Dios”, tan cerca pero tan lejos, en Cafarnaúm, Pedro repite hoy, entre inquietudes, decepciones y marchas, la misma afirmación. “Tú eres el Santo de Dios”. La respuesta a las cosas que no salen, a las cosas que no nos han gustado, que nos superan, que nos pide un paso al frente… no es cabrearse, no es echar la culpa al de al lado: es confesar la fe, y experimentar, al hacerlo, la serenidad de esa confesión.

Pedro, para hacer esa confesión de fe, tiene que hacer un ejercicio de memoria. La primera lectura nos ofrece un ejemplo precioso del Antiguo Testamento, cuando Josué, tras morir Moisés, pone también ante estos dos caminos a su pueblo para que, en medio de las dificultades y ante el trance de la tierra prometida, decidan qué quieren hacer. Entonces, la memoria y la sabiduría deciden: “él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor”.

Bien sabe Pedro también todo lo que han vivido con el Señor, todo lo que han visto y escuchado: “Tú eres el Santo de Dios”, que en palabras del Antiguo Testamento sería: “El Señor es nuestro Dios”. Si Josué anima a Israel a la fe en Dios, en el evangelio Cristo es presentado como el nuevo Josué, que anima a perseverar en la fe al nuevo Israel, simbolizado en los Doce: ellos perseverarán, y llevarán el evangelio a todas partes.

Ciertamente, las dificultades siguen ahí. Seguirán ahí. Lo sabemos, por hacer una confesión más firme y convencida no significa que todo vaya a ser un paseo: por desgracia, seguirá habiendo en la Iglesia, hasta que el Señor vuelva, escándalos, dudas, debilidades, pecados y pecadores, pero eso no significa que no hayamos encontrado al Santo de Dios, al que ha venido para santificarnos.

Y este es el evangelio, que el hombre no puede conseguir nada por sus propias fuerzas, y que Jesús, el Santo de Dios, viene del cielo y de allí ofrece al Nuevo Israel el verdadero pan del cielo, que se come y se vive para siempre, y el Espíritu que da vida. ¿Somos de comer e irnos? ¿de comer para confiar en nuestras fuerzas? No, comer para confiar en la forma de hacer de Dios. Por eso seguimos aquí, no por magia.

Los que se quedan, el Nuevo Israel, son los Doce, y esto no es casual, es muy significativo: la fe eucarística está unida a la fe eclesial. Crecer en la fe y amor a la eucaristía, o conlleva crecer en la fe y el amor a la Iglesia, o es una impostura. ¿Estos evangelios me animan a querer vivir más la eucaristía en la Iglesia? ¿Aumenta la misa mi compromiso eclesial? ¿En qué lo noto? He ahí el escándalo: el Señor se nos da, nos da una vida que por nosotros no podemos tener, y nos la da en la Iglesia. Aquí nos quedamos, aquí confesamos a Jesús, el Santo de Dios.