Domingo XXIII Tiempo Ordinario

8 de septiembre de 2024

Domingo XXIII Tiempo Ordinario

Domingo XXIII Tiempo Ordinario

¿Saben cual es la primera oración del cristiano al comienzo de cada día? La Iglesia nos enseña que lo primero que tiene que hacer uno cuando se despierta es decir: “Abre, Señor, mis labios”. Mis labios, que han estado cerrados, que no han pronunciado palabra durante el sueño, ábrelos tú ahora. Ábrelos es Effetá, lo que dice el Señor al mudo del evangelio. Cada mañana el Señor nos dice a nosotros lo mismo: Abre los labios.

El día de nuestro bautismo, el sacerdote hizo la señal de la cruz en nuestros labios y nos dijo: Effetá. Para que nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros labios, reconocieran y contaran las maravillas de Dios. Así, el cristiano comienza el día haciendo memoria de su bautismo. Hoy voy a vivir este nuevo día, y no lo voy a vivir de cualquier manera, sino que lo voy a vivir como bautizado, viendo con mis ojos lo que Dios quiere, escuchando con mis oídos las conversaciones que Dios quiere, diciendo con mis labios las palabras que le alaban.

¿Cómo continua la oración? “Y mi boca proclamará tu alabanza”. ¿El Señor abre los labios al mudo del evangelio de hoy para que hable cualquier cosa? No, para que hable bien, de Dios y de los hermanos. ¿Para que ofenda, critique o mienta? No, para que hable como Jesús habla. Por eso, cuando el cristiano comienza el día diciendo “Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza”, lo hace con un propósito precioso: Como bautizado que soy, voy a cuidar hoy que mis palabras sean dignas de Dios. San Pablo dice a los Efesios: “No digáis palabras groseras, sino solo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen”. Eso es alabar a Dios con nuestras palabras, en casa, en el trabajo, con los amigos.

Porque de Cristo decían en el evangelio de hoy: “Todo lo ha hecho bien”. Su hablar y su hacer. Nosotros sabemos que en nuestro caso no es así, que decimos muchas cosas que no deberíamos y hacemos muchas que tampoco deberíamos hacer. Pero cada día, desde “Abre, Señor, mis labios”, debemos intentar hacer todo bien. Todo.

Vivimos en un mundo lleno de ambiciones: ponemos la televisión, o nos cuentan de alguien que quiere más dinero, más casas, más comodidades… ambicionamos todo a nuestro gusto. Nuestra única ambición tiene que ser hacer todo bien. Que yo me empeñe en hacer todo bien. Y que cuando no lo consiga, quiera volver a intentarlo. Ambicionar querer, decir y hacer el bien, significa parecerse a Jesús. El bautismo que un día recibimos nos ha configurado para ser como Jesús: nosotros no estamos hechos para hacer el mal, sino para hacer siempre el bien.

Y tenemos que hablar de la gente que hace las cosas bien, dar a conocer a la gente buena. Tenemos facilidad para contar lo malo de otros, influidos por la envidia, y lo bueno nuestro, influidos por la vanidad, pero tenemos que esforzarnos en contar lo bueno de los otros, influidos por la generosidad, como hace la gente en el evangelio: “Este ha hecho bien”.

Sin embargo, es curioso como Jesús manda a los discípulos que no cuenten nada. Dice el evangelio que Jesús “les mandó que no lo dijeran a nadie”. ¿Cómo es posible que Jesús, que va a mandar a sus discípulos a que anuncien el Reino de Dios, les diga que callen las maravillas que Él hace? Jesús manda a los discípulos en muchos momentos no contar lo que han visto, como en la Transfiguración, o en otros milagros.

Esto se llama “secreto mesiánico”. Jesús considera que los discípulos aún no entienden que las cosas que hace no son porque es un gran liberador, sino porque el bien importante que va a hacer es su muerte y resurrección. Los discípulos ven cosas bonitas de Jesús y creen que todo va a ser así, y Jesús les dice que callen, hasta que aprendan que no, que hay que pasar por la cruz para hacer las cosas realmente bien.

Esto es importante para nosotros: ¿Qué es hacer todo bien? ¿Qué es decir todo bien? ¿Es un buenismo, sonreír como si nada importara, intentar tener contentos a todos? No. Hacer todo bien es hacer lo que Dios quiere, incluso cuando conlleva el sufrimiento y la cruz. Sobre todo cuando conlleva el sufrimiento y la cruz. No se hace el bien sin coger la cruz.

Cuando la gente dice de Jesús que “Todo lo ha hecho bien”, la fe nos tiene que recordar al libro del Génesis, cuando Dios, después de crear todo “vio que era bueno”. Jesús en el evangelio está haciendo nuevamente lo que Dios Padre hizo en el principio, y nosotros, cuando hacemos bien, colaboramos con Jesús en dar esa buena dirección al mundo, a nuestro barrio, a la creación entera. No nos cansemos de hacer el bien. Aunque a otros les aproveche más hacer mal. Jesús no se cansó de hacer todo bien. Y así la gente entendió que venía de Dios.

¿Quién intenta hacer bien cada día a mi alrededor? Esa gente merece la pena. Esa gente me habla de Dios. ¿Cuándo hablo yo bien y cuándo mal? ¿Experimento la alegría cuando hago las cosas bien, o necesito que otros me aplaudan? Aprendamos hoy esto: “Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza”.