Domingo XXV Tiempo Ordinario

22 de septiembre de 2024

Domingo XXV Tiempo Ordinario

Domingo XXV Tiempo Ordinario

En la vida de San Antonio Abad, se cuenta que Dios le hizo ver el mundo sembrado de lazos preparados por el demonio para hacer caer a los hombres. El santo, ante la visión, queda espantado y pregunta: «Señor, ¿quién podrá escapar de tantos lazos?». Y escuchó una voz que le respondía: «Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende».

El evangelio que acabamos de escuchar continua los que hemos escuchado estos domingos anteriores, en los que Jesús plantea a sus discípulos un camino de seguimiento basado en la humildad: reconocerlo como Mesías, negarse a uno mismo, cargar con la cruz, ser el último… es el camino de humildad que Él ha abierto, el único propio de sus discípulos.

Sin embargo, la escena que hemos contemplado en este evangelio es curiosa: Jesús acaba de hacer un milagro de curación, explica a los discípulos que su camino es la pasión necesaria en Jerusalén, y los discípulos en vez de querer profundizar en eso, de querer bajar donde su maestro baja, se ponen a pensar en quién de ellos es más importante.

Es como si nosotros después del milagro de la misa, en vez de profundizar en lo vivido, saliéramos rápidamente a coger el móvil o a pensar en el partido de fútbol. Mejor que rumiar lo vivido, seguir a lo mío. De alguna forma, la humildad que Jesús pide no consiste más que en eso, en dejar de seguir a lo mío para seguir al Señor, darle un tiempo y un espacio a su palabra, aceptar la fuerza de su palabra en mi vida, no empeñarme en poner lo mío lo primero sino lo último.

“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” es una forma muy concreta de seguir a Jesús. Sin ese camino de humildad, uno puede ser fan de Jesús, le puede gustar Jesús, le puede resultar inspirador o entrañable, pero no puede ser discípulo suyo. ¿Yo soy admirador de Jesús o soy discípulo de Jesús?

Ante la humillación, ante la posibilidad de ser el último, Jesús no se rebela, no busca que crucifiquen a otro, sino que carga con el pecado de los hombres, con la injusticia, y así descubre la comunión con el Padre. Cuando nosotros aceptamos ser últimos, salimos llenos de heridas y sufrimientos, pero experimentamos la comunión con el Padre, la conciencia tranquila. Jesús no elige un camino de rebelión, de fuerza o de poder, lejos de los hombres, sino un camino de comunión, donde encontrarnos y donde podamos encontrarlo. ¿Yo soy de mostrar mi poder o de buscar su comunión? ¿Qué hago ante las injusticias de otros?

Esa elección sólo es posible con una certeza, la que repetíamos en el salmo: “El Señor sostiene mi vida”. Por eso pone Jesús el ejemplo del niño en el evangelio de hoy. Un niño no tiene poderes, no tiene enchufes, no tiene para pagar nada material, tiene lo que es. Un niño no tiene nada por méritos propios. Todo le es dado, todo le es facilitado.

La dinámica del merecimiento, la de los discípulos es: yo merezco estar más cerca de Jesús, yo merezco que las cosas me vayan bien, merezco la fiesta, las vacaciones, un título, un aplauso… Y Jesús contrasta: el niño. La actitud propia del cristiano es la del niño, que sabe que su Padre lo cuida.

Eso no significa no hacer nada, no significa no esforzarse, no intentar, no avanzar: Jesús hace avanzar con Él a sus discípulos, y esforzarse y sufrir hasta “beber el cáliz”, pero no lo hace para que ellos se lo apunten como mérito, sino para seguir a Jesús, unidos al Padre.

Por eso, cuando intentamos hacer depender todo en nuestra vida de nosotros y de nuestros méritos, cuando nos relacionamos en función de lo que deseamos o merecemos solamente, de lo que en derecho nos es debido, nuestras relaciones se vuelven difíciles y decepcionantes, se vuelven ambiciosas. Pero cuando alguien obra de modo altruista, sin buscar reconocimiento o aplauso de nadie, se convierte en algo llamativo, porque el mundo no busca así.

Estamos viendo en el evangelio cómo los anuncios de la Pasión de Jesús pasan desapercibidos para sus discípulos por su deseo de ser importantes, poderosos. Vanidad de vanidades que les aleja del Señor. El Hijo del hombre va a ser entregado, y con el tiempo, sus discípulos como Él.

¿Y nosotros? ¿Cómo reaccionamos ante estos anuncios? ¿Buscamos hacernos ver, o sabemos ponernos en el último lugar porque el Señor sostiene nuestra vida? En el trabajo, en la familia, en nuestra sociedad, somos entregados muchas veces. Las leyes civiles van e irán cada vez más en contra de los cristianos en una sociedad que canoniza el poder y la apariencia, y nosotros, el contraste: sed como niños. Pero nuestra prioridad no es la comunión con el Estado, sino la comunión con Dios, que quiere que seamos sus discípulos.

Recordemos bien: “Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. Alegraos mucho, llenaos de gozo en aquel día, porque recibiréis un gran premio en el cielo”. Sigamos al Señor como niños, para no caer en los lazos del mundo.