Hoy vamos a hablar sobre corrupción. Las lecturas de hoy hablan sobre corrupción. El profeta Amós, ocho siglos antes de Cristo, ya se quejaba de esto en la primera lectura: había nacido en un pueblecito al sur de Jerusalén, donde era cultivador de higos, seguramente tendría su pequeña empresa agrícola, pero Dios le había llamado para que subiera al norte del país, a la lujosa ciudad de Samaria, para moverles a la conversión. Les decía: “Escuchad esto los que exprimís al pobre, diciendo: ¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?”.
La gente con dinero de Samaria deseaba ansiosamente la llegada de la luna nueva y del sábado, dos días festivos del calendario judío, en los que se suspendían las actividades comerciales para que los dedicaran a Yahveh y a los pobres, pero ellos los usaban para sus cosas. Así, ¿en qué consiste la corrupción según este pequeño empresario? En no usar lo que Dios nos da para lo que es, sino para nuestro beneficio. En ser siervos del dinero, no de Dios. ¿Para qué me da Dios? ¿Para qué me ha dado Dios una mujer o un marido, hijos o padres? ¿para qué un trabajo, una inteligencia, unas habilidades, una fe? ¿para qué mi dinero?
El evangelio nos habla de este “para qué”. Cuando el administrador infiel sabe que su tiempo en la empresa se acaba y tiene que rendir cuentas de lo que se le confió, se pregunta: ¿para qué se me ha dado este puesto? ¿para qué quiero unos beneficios en mi trabajo? Y entonces coge la parte de lo que aquellos clientes debían a su amo que le correspondía a él, su propio beneficio, lo que él iba a cobrar cuando pagara a su amo, y se lo perdona a aquellos deudores. De esa forma, su amo cobraba lo que tenía que cobrar, y él, perdiendo su beneficio, obtenía amigos a los que pedir ayuda después.
Y esa es la astucia que alaba el Señor. Esa es la diferencia del evangelio con la corrupción: en la corrupción, uno emplea los bienes de otros (o de todos, como vemos cada día en las noticias); en la justicia, emplea los propios.
Pero, en realidad, el Señor refiere esta parábola al final de los tiempos, cuando Él venga como amo a rendir cuentas con nosotros, sus administradores, y nos diga: “Entrégame el balance de tu gestión”. ¿Qué has hecho con todo lo que yo puse en tus manos? Y según nuestra gestión, nos abrirá de par en par o nos cerrará a cal y canto las puertas eternas.
Las lecturas nos ofrecen también la solución: el funcionario de la parábola ha sabido desapegarse de lo que había ganado justamente, para obtener un bien mayor. ¿Yo soy capaz de despegarme así de mi dinero, tiempo, mis necesidades…? Lo que hemos recibido tiene que acercarnos más a Dios, pero eso no es posible sin desapegarnos de nuestros bienes.
¿Dónde se aprende eso? Volvamos a Amós. Dios le había dado a su pueblo unos días festivos para aprender lo relativo que era todo, salvo Él y su Alianza, pero su pueblo prefirió utilizar esos días para lo que ellos quisieron. Olvidaron a su Dios y a los que necesitaban a su Dios. Corrompieron los días festivos. Hicieron relativo lo objetivo, y al revés. A nosotros Dios nos ha dado el domingo.
El domingo nos enseña a qué nos apegamos, y qué lugar tiene Dios en nuestra vida. No, media hora de misa no es cumplir el mandamiento “santificarás las fiestas”, si acaso es cumplir el cuarto mandamiento de la Iglesia, “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. ¿Reduzco el día del Señor al rato que nos venga bien? ¿para qué? Hemos hecho del domingo un segundo sábado.
Si los cristianos no vemos la importancia del día del Señor, ¿quién la verá? ¿Qué mensaje transmitimos si la misa no es lo principal del domingo, si no le damos las horas más importantes, si no la preparamos, si no tiene continuidad con el resto de las cosas que hacemos? ¿Cuáles son mis prioridades en el día del Señor? También con lo santo se puede caer en la corrupción. ¿Cuál es el balance de tu gestión de tantos domingos cada año? ¿Han sido días “del Señor”? ¿Rezo más, me enfado menos, comparto mi dinero?
“No podéis servir a dos señores”, decía Jesús. Él, “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. ¿Yo para qué me hago rico? ¿Con mi dinero sirvo o quiero que me sirvan? “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Él se pone entre nosotros para elevarnos, no corrompe su humanidad porque no la usa para sí, sino que la invierte en nuestra santidad. Olvídenlo: no se puede a la vez querer lo que quiere Dios y querer lo que quiere el mundo.
Ahora que ha muerto Robert Redford seguro que pueden ver una fantástica película suya, Brubaker, en la que hace de jefe de prisiones que primero entra a la que va a dirigir como si fuera un preso, para hacer justicia a las condiciones de los presos. Eso es aprender a administrar los bienes, y para eso, Cristo nos ha dejado su perdón: lo que el administrador infiel hace es perdonar, perdonar para ser perdonado. Perdonar es la mejor gestión de nuestra vida, sobre todo si queremos recibir al final el perdón de Dios.
La corrupción que vemos en nuestro mundo es horrible, pero el Señor nos ha enseñado a gestionar los bienes que nos ha concedido: pudiendo ser siervos de Dios, no nos equivoquemos siendo siervos del dinero.

