Con frecuencia nos toca a los sacerdotes ayudar a los novios que se van a casar a preparar la celebración del matrimonio, y parte de esa preparación suele ser ayudarles a que elijan las lecturas que se proclamarán en su boda. Es bastante común que desprecien una y otra vez este pasaje del Génesis que hemos escuchado. Les parece o ridículo, por eso de la costilla y el sueño, o machista, porque parece que dice que la mujer sale del hombre.
Hemos perdido la poética sencillez de aquellos profetas, aquellos maestros. No hay nada nuevo bajo el sol, el mismo Jesucristo se encuentra esta situación en el evangelio, hace dos mil años, cuando tiene que explicar cómo quiso Dios las cosas, cómo hacen bien al hombre.
El pasaje del Génesis nos enseña de una forma dulce y gráfica que el hombre y la mujer han sido creados para estar juntos, el uno para el otro, que se complementan como la costilla busca a su costado, y el costado a su costilla, y que cuando al uno le falta el otro lo echa de menos, lo ansía, para estar completos.
Además, el pasaje del Génesis enseña que esa unión es para siempre: las costillas no se ponen y se quitan como si fueran tiritas. El hombre y la mujer establecen una unión para siempre, y en esa unión descansan, se alegran, encuentran apoyo, fecundidad, consejo o seguridad.
Así que esa unión no es algo práctico, que el tiempo o la sociedad puedan cambiar para mostrar lo modernos que somos: es sacramento. El Señor advierte: “serán los dos una sola carne”. Esa referencia a la unión en la carne nos dice mucho, nos dice que el matrimonio es una unión para siempre porque Dios ha establecido en la carne una unión con la humanidad para siempre, la ha establecido en Jesucristo. Él se ha desposado con la humanidad en nuestra carne, porque se ha encarnado.
Por eso el matrimonio no se rompe porque dos se separen o porque lo diga un juez o porque aparezca una tercera persona: el matrimonio sacramental no se rompe porque la unión de Dios con el hombre no se rompe, ni siquiera cuando el hombre rechaza a Dios. Dios permanece ahí, callado, pero unido, a la espera de volver a ser querido, con un amor eterno. Por eso el matrimonio permanece vivo aunque los cónyuges decidan no alimentarlo, por el motivo que sea: porque es un sacramento, recuerda que hay un amor eterno, se mantenga el amor de los cónyuges o no, porque sí se mantiene el amor de Dios por nosotros.
Dios quiere para el hombre y la mujer que siempre puedan recurrir así el uno al otro para encontrar el amor de Dios. Que el matrimonio sea para siempre no es un estorbo, hace seguros a ambos. Que sea de un hombre y una mujer no es un estorbo: es la complementariedad que Dios ha querido y ha mostrado en el sacramento del cuerpo humano, biología pura, y es para nosotros recuerdo de que Jesucristo, Dios hecho hombre, se ha desposado para siempre con su Esposa la Iglesia.
Y por tanto, el matrimonio es un lugar perfecto para que el marido y la mujer descubran el amor de Dios, se ayuden a crecer en el amor de Dios. ¿Vivimos el matrimonio como ámbito de encuentro con Dios? ¿Entendemos el matrimonio en relación con Dios?
Nuestra sociedad ha perdido hoy una referencia necesaria para entender la realidad. Nuestra existencia es sacramental, remite a otra realidad, más profunda, que no se ve. Lo católico no es un outfit molón y moderno, es comprender la realidad de la vida, como lo que es. Los bautizos, funerales o bodas, no son primeramente actos sociales, sino sacramentales, y no podemos caer en la tentación de convertirlos en eventos desacralizados.
Aprendamos a mirar la realidad, a las personas, los lugares, templos, las cosas que pasan, desde una perspectiva sacramental: eso es creer en Dios. ¿Trato a las personas en función de su vínculo divino? ¿Cómo me comporto en la iglesia?
Jesús quiere enseñar en el evangelio de hoy a tener ante la vida una perspectiva sacramental, algo típicamente católico. ¿Tengo esa mirada que Jesús enseña en el evangelio o soy pragmático, materialista?
Que el Señor ponga en nosotros el deseo de formarnos en esa forma de comprender la vida, sin la que hasta las cosas más santas pierden su importancia, pero con la que hasta las cosas más pequeñas ganan el vínculo eterno con Dios.