Domingo XXVIII Tiempo Ordinario C

12 de octubre de 2025

Domingo XXVIII Tiempo Ordinario C

Domingo XXVIII Tiempo Ordinario C

“Tu fe te ha salvado” es la dramática conclusión del evangelio de hoy, en el que diez leprosos han sido curados, pero sólo uno de los diez ha sido salvado. Este es el mensaje: se puede recibir un milagro del mismo Hijo de Dios, y sin embargo no salvarse. ¿Por qué?

Bueno, si a muchos -incluso católicos- hoy les dieran a elegir entre recibir un milagro o recibir la salvación, elegirían un milagro. ¿Qué hace que uno de los diez curados se salve y los otros no? Si el evangelio del domingo pasado nos dejó claro que la fe “como un grano de mostaza” es una relación en la que Dios nos salva, sólo uno ha aceptado ante lo vivido ir a buscar a Jesús para materializar la fe en una salvación.

Uno ha querido comenzar esa relación, y hacerlo además dando las gracias. Vivimos en un mundo en el que pocos dan las gracias, muchos creen que todo les es debido, que se les debe dar “por ser vos quien sois”. En casa, en el trabajo, en la Iglesia. No nos damos cuenta de cuántas cosas no nos son debidas, no van por supuestas, hay que agradecerlas.

Cuando aquellos nueve se han dado cuenta de que estaban curados, han salido corriendo a presentarse al sacerdote, a ponerse de nuevo en situación legal. Los leprosos no podían convivir con el resto de su pueblo, eran considerados impuros por la Ley. Aquellos hombres igual llevaban años enfermos, lejos de sus familias, de sus seres queridos… una vez curados, han marchado a poner orden primero en todo eso, pero lo primero en esta vida es dar gloria a Dios, no mirarse el ombligo con su milagro. Por eso dice san Atanasio de Alejandría que “el Señor alabó el espíritu agradecido de uno de aquellos, pero se enojó con los ingratos, porque no reconocieron al autor de su beneficio, porque pensaron más en la curación de su lepra que en el que les había curado”.

Sólo el samaritano ha entendido que la justicia con los hombres, hasta con uno mismo, puede esperar, que primero va la justicia con Dios. La decisión del samaritano no es una cuestión de educación, ha reconocido que Jesús es Dios, y lo ha puesto primero.

Este evangelio tan bonito es también, entonces, muy incómodo y comprometido, ¿nosotros sabemos qué es lo primero en nuestra vida? ¿Buscamos primero asegurarnos nuestro bienestar, nuestra paz, o sabemos buscar primero al autor de tanto bien? Si hacemos todas las cosas del día a gusto del mundo, trataremos de meter a Dios en nuestra relación, de someterlo a nuestros gustos y biorritmos, cuando es al revés: nosotros debemos entrar en su relación, obedecerle, eso es tener la fe que salva.

Porque más importante que ser curados, dice el evangelio de hoy, es ser salvados. Vale más una mirada trascendente que nueve miradas pragmáticas. Lo malo no es que el mundo esté lleno de pragmáticos, es que lo esté la Iglesia, llamada a elegir salvación, gracia. Hasta en las cosas más santas podemos pecar de pragmatismo, de no valorar al Señor, de una rutina legal cumpliendo de una forma ramplona, lejana al misterio de fe que es rezar, que es venir a misa, que es confesarse o comulgar.

El papa Francisco llamaba a eso mundanizar, el Concilio lo llamaba secularización: no priorizar lo de Dios en nombre de la humanidad es no priorizar a la humanidad sino a intereses particulares, porque nada necesita tanto la humanidad como aprender a poner a Dios lo primero.

¿Qué priorizamos nosotros? ¿En mi casa ven que Dios es lo primero para mí? ¿mis amigos lo perciben? Priorizar al Señor supone cambiar de dirección, como le pasa al samaritano, supone estar dispuestos a dejar que el Señor nos lleve, nos haga dudar, nos influya en cómo tratar al prójimo, en cómo hablamos de o con los demás, en nuestra humildad para agradecer o pedir perdón, en nuestros criterios morales o económicos: priorizar es priorizar, es adaptar nuestra conciencia al Señor, no al revés. Y he ahí la diferencia entre recibir un milagro o salvarnos.

Cuando Naamán se descubre curado en la primera lectura -Naamán, otro pagano-, se lleva la tierra del Dios que le ha curado a su pueblo para agradecerle cada día, para tener una relación palpable. ¿Ofrecemos un testimonio cristiano de fe? ¿dónde, a quién?

Las lecturas de hoy nos recuerdan que la fe se puede tener, pero vivir tibiamente, en mi orden cualquiera, inocuo, sin consecuencias, y que tenga que llegar uno de fuera a enseñarnos cómo se vive la fe. Quizás estemos en ese momento de la historia. Si no hacemos las cosas en su recto orden, tendrá que venir el Naamán de turno a sacudirnos porque nos creemos que con nuestra misa breve a la hora que nos viene bien ya estamos en paz.

Hoy celebramos en España a la Virgen María en su advocación del Pilar, patrona de pueblos y naciones en todo el mundo: ella es pilar porque no ha buscado el milagro, sino la relación, la salvación. Sigamos el ejemplo de María, que eligió la salvación siguiendo a su Hijo, salvada por su fe, luz para que tampoco nosotros nos quedemos con el milagro, sino que estemos dispuestos a cambiar nuestra vida en continua acción de gracias.