¿Saben que son las filacterias? Las filacterias son unas cajitas, hechas con cuerdas de cuero, normalmente, dentro de las cuales hay un pergamino envuelto que dice que el primer mandamiento es “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Los judíos, cuando Dios les da ese mandato que hemos escuchado en la lectura y les dice que lo han de guardar “en la memoria” para no olvidarlo, meten el mandamiento en unas cajas, las filacterias, y las cuelgan en su frente y en sus muñecas, para que ni en su mente ni en sus acciones se olviden de que el Señor es el único Señor.
El pueblo de Israel ha encontrado una solución práctica para resolver ese mandato de “no olvidar”. ¿Es eficaz? ¿Tendría utilidad para nosotros en el corazón? Como no hay nada nuevo bajo el sol, hoy está de moda entre los jóvenes y no tan jóvenes llevar también pulseritas de colores con las oraciones cristianas, pero ¿qué tenemos nosotros los cristianos para no olvidar que el Señor es el único Señor?
A nosotros, para no olvidar que el Señor es el único Señor, se nos ha dado el domingo. El domingo nos recuerda que la victoria del resucitado manifiesta que Él es el Señor: al celebrar la misa y todo el domingo, el cristiano recuerda que lo primero en su vida es amar a Dios.
Decía Juan Pablo II: “la Iglesia no ha cesado de afirmar esta obligación de conciencia, basada en una exigencia interior que los cristianos de los primeros siglos sentían con tanta fuerza, que al principio no se consideró necesario prescribirla. Sólo más tarde, ante la tibieza o negligencia de algunos, ha debido explicitar el deber de participar en la Misa dominical”. La tibieza o negligencia son una forma de expresar la falta de amor. La tibieza es falta de amor; donde hay amor, no hay tibieza, hay implicación: pensemos en cualquier relación, amigos, esposos…
El amor a Dios rige y ordena todos los demás amores. Para amar a mi marido, a mi madre, mi trabajo, mi televisión o el dinero, aprendiendo a amar a Dios empiezo a ordenar esos amores. Sin el amor a Dios, el peligro de que los demás amores se desordenen es muy, muy grande.
En estos tiempos en los que nuestra sociedad no ha considerado necesario amar a Dios, sino más bien olvidarlo, su solución ha sido recurrir a crear formas de amor, sucedáneos, pues el hombre no puede vivir sin amor. Y ha considerado “amor” cualquier cosa, acentuando la aparición de la soledad y de las exigencias tóxicas en las relaciones, cuando en realidad el amor es un éxodo, una peregrinación; Israel tiene que conocer en su camino el amor que recibe de Dios, que le es dado, no es merecido. Nuestra vida es un éxodo desde nosotros, hacia poner a Dios lo primero.
Y esto es importante: el mandato no es amar a Dios, sino amarlo “sobre todas las cosas”, lo primero. El amor a Dios no consiste en que sea uno en mi vida, sino en que sea el primero. No en que quiera darle algo, o mucho, sino en que es el primero. El primer criterio para tomar decisiones es “amar a Dios sobre todas las cosas”.
Por eso, el domingo se nos da a los cristianos para recordar que el primero en nuestra vida es Dios. El primer día de la semana, el que comienza la creación en el Génesis y el que resucita el Señor en el evangelio, es el domingo. El que da a los discípulos el Espíritu en Pentecostés es un domingo. El que los primeros discípulos se reúnen a celebrar al Señor, es un domingo.
Centrar el domingo en el Señor, y la semana desde el domingo, lo ordena casi todo. ¿A qué cosas doy más importancia que a la misa el domingo? ¿Qué cosas son prioritarias? ¿A qué dedico el día? ¿Dónde pongo el corazón el domingo, qué fijo lo primero? El domingo cristiano no es un día “para no hacer nada”, como era el Sabbat judío, no es como un sábado, pero con misa, es el Día del Señor. Es un día para que, lo que haga, mire a Dios. En los sacramentos, en los necesitados, en los que están solos, en la Iglesia…
Así se obtienen dos beneficios: se fortalece la memoria, y se aprende a amar. Ambos se resumen en el salmo de hoy: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”. Y todo, a partir del domingo, y de la misa del domingo: ¿Es realmente esto donde pongo lo mejor para la semana? ¿Doy aquí lo mejor? ¿Mi mejor tiempo, mi mejor actitud, mis capacidades… para crecer en el amor de Dios? ¿Llego pronto? ¿Me implico? ¿Preparo mi caridad o improviso lo que voy a dar? ¿Visto de domingo?
Ya podemos tener cuidado ahora que se empieza a hablar de la semana de cuatro días de trabajo, para que el domingo y la misa no vayan a quedar aún más perdidos y difuminados entre el ocio si eso saliera adelante: porque el primer criterio es el amor a Dios y al prójimo, no dónde vamos a ir cada cuatro días.
Los cristianos necesitamos recuperar el primer mandamiento: no tenemos filacterias, pero tenemos el domingo, que afecta al primer mandamiento y al tercero. Vamos a aprender a vivirlo.