Epifanía del Señor

7 de enero de 2025

Epifanía del Señor

Epifanía del Señor

Si comparamos la historia del evangelio que acabamos de escuchar con cualquiera de las cabalgatas de reyes que ayer recorrían nuestras calles, tendremos que reconocer que todas ellas están mucho más cerca de la profecía de Isaías en la primera lectura que de la experiencia de los magos.

“Todos esos se han reunido, vienen hacia ti; la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá”. Isaías veía la victoria final del Mesías, la reunión de todos los pueblos en Jerusalén para reconocer al verdadero Rey y Dios. Toda esa grandeza nos gusta, esa luz produce en nosotros alegría. La verdad es que la primera lectura es una descripción triunfal, nos encaja con nuestro tiempo.

Sin embargo, lo del evangelio es otra cosa. Aquellos sabios son personajes intrascendentes, el sobresalto inicial de Herodes y de Jerusalén queda pronto controlado por los grupos de poder, que, aun conociendo la profecía de Miqueas, consideran que no tiene que alterar su vida cómoda… aquellos tipos raros no resultaban atractivos y su mensaje, superado el impacto inicial, se apagaría sin más.

Pero la visita de los Magos al Mesías Rey supone el comienzo de un nuevo camino para la vida. Ni los mismos magos pudieron volver por donde vinieron, ya no pudieron volver a Herodes, después de haber reconocido al Dios verdadero. La liturgia mozárabe dice de aquellos sabios que “los que fueron magos, vuelven reyes”: el encuentro con el Rey anunciado por la estrella les hace tomar parte en su gloria, en su felicidad, les hace hijos -decíamos estos días-, herederos de vida eterna.

Pero, ¿qué han conocido? ¿qué han encontrado? “Vieron al niño con María, su madre”. Dios elige la forma de darse a conocer, y sólo pide al hombre que no ceda ante su imaginación, ante su razonamiento, ante el puesto que considera merecer.

San Agustín, con una frase preciosa, dice: “Cristo, sin poder hablar todavía en la tierra con la lengua, habló desde el cielo mediante la estrella, y mostró no con la voz de la carne, sino con el poder de la Palabra, quién era, de dónde, y por quiénes había venido”. La actitud de los Magos es entonces el reconocimiento de lo que Dios les daba: ellos entendieron en la pobreza de aquel niño que Dios les había ido a buscar, que Él había hecho un camino mayor que ellos, que Él tenía para ellos un don mayor que el que ellos tenían para Él. Así entendemos el auténtico sentido de los regalos hoy: Dios nos ha hecho un regalo, regalamos cosas pequeñas comparadas con el regalo que Dios nos ha hecho al darnos su divinidad.

Sin Él, y el regalo que nos da en Navidad, ninguno de nuestros regalos tendría sentido hoy. ¿Qué buscamos con nuestros regalos? ¿Entienden nuestros niños, nuestros mayores, su sentido? ¿Guardamos su sentido o lo cambiamos nosotros como los paganos?

Oro, incienso y mirra no responden a las necesidades cotidianas de una familia como la de Jesús entonces. El incienso simboliza el reconocimiento de un Dios, la mirra profetiza su sufrimiento, el oro reconoce al rey.

Así, los regalos son un acto de sumisión, expresa la propia entrega: expresan que, desde ese momento, los donantes le pertenecen al que recibe los dones. La salvación y el camino de su vida le pertenecen al Niño Jesús. Ya les ha cambiado la vida. ¿Cómo nos cambia la vida el encuentro con Dios? ¿Guía nuestro camino el Dios hecho niño? ¿Se puede reconocer en lo que decimos, en lo que hacemos, en lo que maquina nuestro corazón?

Los magos ahora son reyes, no por descendencia, sino por pura gracia, como llevamos todas las navidades escuchando en la Palabra de Dios. Así que no es sólo que los magos caminaran hasta Jesús, es que allí comenzaron un camino nuevo, que desde allí se extendería, que llega a nosotros, y llegará a otros si sabemos ser reyes por nuestra vida, por nuestro amor, por el camino del bien.

Mañana las luces de la Navidad se apagarán, tendrá que brillar la luz de nuestra estrella, si hemos sabido llegar a Belén. ¿Encontraremos obstáculos? Claro, como los magos. El mundo está lleno de impedimentos: la seguridad en nosotros mismos que el mundo nos vende como receta para todo, la superioridad moral de creer que lo que está bien es lo que hacemos y decidimos, creer que nosotros ya sabemos lo que es la realidad y ya hemos hecho juicio correcto sobre todo, nuestra perfecta cosmovisión… tan sabios, allí siguen Herodes y sus sacerdotes y escribas.

Dios es capaz de más que nosotros mismos. ¿Creemos esto? ¿Puede Dios ser tan grande que se muestra en lo pequeño? ¿Acepto que venga en la humildad, en lo pequeño, o me enfada, me molesta que use esa arma tan valiosa pero tan difícil para mí? ¿Aceptaré lo que piensen de mí los demás si asumo otro camino, otra forma de pensar sobre Dios, sobre las cosas de Dios, otra forma de actuar?

La cabalgata es para muchos; la vida cristiana, el camino de los magos, es para pocos, pero esos pasan a la historia: han reconocido el regalo de Dios, han aceptado recibirlo, y a cambio le hemos ofrecido nuestra vida al Mesías.