Funeral papa Francisco

1 de junio de 2025

Funeral papa Francisco

Funeral papa Francisco

Son muchas las imágenes, a lo largo de la vida y del ministerio del papa Francisco, que encajan bien con el mandato que hemos escuchado en el evangelio: “apacienta mis ovejas”. Este evangelio, que solamente se proclama en los funerales de un Papa, nos recuerda que la vida y la muerte del difunto Papa han estado marcadas por este mandato.

En aquella noche de marzo de 2020, Francisco se presentaba en una plaza de san Pedro vacía, a oscuras, bajo la lluvia, para pedir ante la cruz al Señor que apacentara a sus ovejas al inicio de la pandemia, que fueran vencidos el azote de la muerte y el del miedo.

La llamada a apacentar es siempre una llamada a invitar a la fe, y en aquella noche, donde no había nadie, en la tiniebla, aquel hombre se presentó como mediador por la salud y la fe de todos. Al papa Francisco le ha tocado durante doce años recorrer el camino del buen pastor que da la vida por las ovejas, y ejercer al frente de la Iglesia, cargando la pesada cruz de Cristo, cruz del que tiene que entregar la vida natural para que así se genere vida eterna en los otros.

Ahora, el papa Francisco se ha encontrado de nuevo con el Señor, como Pedro con el Resucitado en el evangelio, y habrá vuelto a escuchar de Él: “¿me amas más que estos?” El último examen, lo sabemos bien, será el del amor. Para todos, el último examen será el del amor. Viene bien recordarlo ante la muerte de otros, para no perder de vista lo que hacemos aquí. Nuestra respuesta será también imperfecta, por eso la Iglesia se reúne para orar ante la muerte de un ser querido, de un amigo, de un vecino o de un Papa, para que el Señor misericordioso purifique ese amor entregado y lo convierta en gloria celeste, lo transforme, como decía la carta a los filipenses, para que el ciudadano del cielo viva para siempre en el cielo.

En el ejercicio del ministerio de Pedro que Francisco ha desempeñado, ese amor ha tomado la forma de un ardiente deseo evangelizador. Su exhortación apostólica Evangelii Gaudium fue, sin duda, su documento más significativo, retomando aquella Evangelii Nuntiandi de Pablo VI. Francisco nos ha recordado la importancia de dedicar nuestra vida a “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, de llevar la buena noticia de Jesucristo a otros, cada vez más numerosos y cada vez más cercanos, que no conocen a Jesús ni han experimentado la alegría de encontrarlo en la vida.

Por eso nos invitó a ser una Iglesia dispuesta a no centrarse en sí misma, en mi sitio, en mi misa, sino en ofrecer a otros el mismo hospital de campaña que nos acoge y cura a nosotros de nuestros pecados y debilidades, la Iglesia.

Y, aunque Francisco no nos haya venido a visitar a España, sus 47 viajes apostólicos, en los que ha llegado incluso hasta nuestras antípodas, son un gesto profético de hasta dónde tienen que llegar nuestros esfuerzos por el amor de Dios. No se trata de ir todos al otro extremo del mundo, sí se trata de ir todos a quien se encuentre al otro extremo de Dios, lejos de su palabra, de su amor, de su Iglesia. Francisco nos ha mostrado su respuesta a Cristo, “Tú sabes que te quiero”, en su entrega, algunos lo recordarán en tierra hostil, como Irak, entre los inmigrantes de Lampedusa, o entre miles y miles de jóvenes en Río de Janeiro.

En todo caso, la llamada que él ha repetido durante años permanece viva para nosotros: ¿cómo van a creer tantos que Jesús es el buen pastor, que ha entregado la vida por nosotros, si no se lo decimos con nuestras obras y a veces con nuestras palabras? ¿A quién hacemos partícipe de lo que la luz de la fe ha hecho en nosotros?

El magisterio de Francisco, tan intermitente en algunos aspectos de la fe, ha sido constante en recordarnos que no vivimos tiempos de una pastoral de mantenimiento en la Iglesia, que no basta con ir a mi misa, con llevar a los niños a catequesis o a que nos pongan la ceniza en la Cuaresma, que son tiempos de pastoral misionera, de evangelización, de atrevimiento, aquí, en El Plantío, en Madrid, sin duda en España.

Pidamos al Señor por el eterno descanso del papa Francisco: él tomó el nombre del santo de Asís, que llamó a la muerte hermana. La victoria de Cristo en la Pascua ha hecho de la muerte nuestra hermana, porque nos conduce a la vida: que así suceda con el buen pastor papa Francisco. Él pasó de este mundo al Padre en la Pascua de este año, ha atravesado lo negro, lo oscuro de la muerte, para que la luz de la cruz de Cristo haya salido a su encuentro a ofrecerle vida eterna.

Pidamos también que el germen evangelizador que él se dedicó a sembrar en la Iglesia dé fruto en nosotros, y estemos dispuestos a llevar la alegría y la luz de la fe a quienes no conocen a Jesús o tienen una idea equivocada de la Iglesia. Que ese empeño con el que Francisco apacentó a su rebaño, vivió y murió sea luz perpetua entregada a nosotros y nos haga vivir como ciudadanos del cielo.