II Domingo Tiempo Ordinario

19 de enero de 2025

II Domingo Tiempo Ordinario

II Domingo Tiempo Ordinario

Cuando san Juan conoce a Jesús y comienza a escuchar su palabra, una de las cosas que capta es que le ayuda a comprender el Antiguo Testamento, la ley de sus padres. Juan se da cuenta de que Jesús cumple el libro de Isaías que él había escuchado desde niño en la sinagoga.

Por eso, el mejor complemento para entender el evangelio de Juan es el libro del profeta Isaías. Juan nos resulta indescifrable, nos quedamos a un nivel superficial, si lo leemos sin más; por eso, la Iglesia nos propone hoy en la primera lectura un texto de Isaías, que habla a la tierra de Israel para anunciarle: “a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo”.

No se refiere Isaías a las bodas de Caná, pero sí se refiere a las mismas bodas de las que trata la boda de Caná. Lo explica san Agustín así: “¿Qué tiene de extraño que a aquella casa venga a la boda el que a este mundo vino a una boda?” Isaías, Juan y Agustín hablan los tres de la misma boda, de una misma alianza, que acabamos de celebrar en la Navidad: Dios se ha unido en un desposorio fecundo e inseparable con la humanidad.

Jesucristo, al hacerse uno como nosotros, ha unido lo humano y lo divino, de tal manera que ya nada lo podrá separar, de tal manera que esa unión será muy, muy fecunda, pues hará que los hombres seamos hijos de Dios. Así que Jesús vino a una boda, se desposó en nuestra carne con nosotros, e hizo de nosotros los hijos de Dios. Eso es lo que Juan quiere explicar con el relato de las bodas de Caná: no nos quedamos en lo superficial, un milagro para que beban vino, sino que descubrimos una profunda enseñanza, que la alegría, la felicidad, llega a los hombres por la presencia de Cristo, que hace del agua vino, de lo humano divino.

¿Dónde ha sellado Cristo esos desposorios con nosotros? Lo sabemos bien, en la cruz. Ahí, en el dolor, en el sufrimiento, en el pecado, Jesús no se ha alejado de los hombres: ha sellado su vínculo con nosotros en su muerte por nosotros. Juan lo dice de una forma preciosa, pues en su evangelio las bodas de Caná suceden en el día sexto, es decir, un viernes, día en que el hombre fue creado en el Génesis, día en que el hombre fue recreado en la cruz de Cristo.

Bien, y ¿qué significa esto para nosotros? frente a la superficialidad del mundo, que nos dice que Dios no está, que no lo ve, que se puede burlar de todo lo sagrado amparado incluso por leyes de hombres -que ya es inhumano reírse e incitar a meterse con lo que uno no sabe-; frente a la superstición de creer que yo puedo dominar a Dios con lo que hago y deseo, con mis rutinas y mis apaños con Él, frente a eso la Iglesia confiesa hoy que Dios se ha unido a nosotros y se manifiesta sacramentalmente, que las cosas visibles nos llevan al amor de lo invisible, que Dios se hace presente hoy porque se ha unido a nosotros para siempre y que se sirve para ello de sus sacramentos. ¿Me dejo llevar por lo superficial, por la apariencia?

La Iglesia reconoce que Dios se da por pura gracia, como actúa Jesús en Caná de Galilea: no por méritos de los novios, no por sus deseos ni por sus derechos. Los sacramentos son un puro don de Dios, no es un derecho que reclamemos, no se compra una boda, ni un bautizo ni una misa, porque yo lo valgo. No lo exijo porque tengo dinero, tengo cura, porque soy el alcalde de un pueblo de Segovia o simplemente porque me hace ilusión. Nuestra forma de vida coherente nos anima a pedir los sacramentos en la vida, pero estos son siempre don de Dios, y por lo tanto nos tienen que recordar cada día, cada domingo, que se nos concede un don de Dios, que Dios ha querido unirse con nosotros, por pura misericordia, que no merecemos a Dios, pero Él nos quiere y quiere estar con nosotros. Es una experiencia análoga al matrimonio: un don inmerecido.

Y esa es nuestra fuerza en medio del mundo: Dios quiere estar con nosotros, no estamos abandonados, ni devastados, que decía Isaías, porque Dios se ha unido a nosotros. Podemos afrontar la tristeza, el dolor, la injusticia, la enfermedad o la muerte, mucho mejor con la gracia de Dios. Y los sacramentos nos lo recuerdan y nos dan la fuerza para ello.

¿Percibo como un don el hecho de venir a misa? Para percibirlo hay que llegar pronto, preparados, hay que estar atentos, hay que reconocer que no somos dignos… de esas aguas hace el Señor buen vino. ¿Agradezco el don de poder recibir los sacramentos? ¿Ayudo a que eso sea posible?

Los sacramentos anuncian la gloria de Dios, como el milagro de Jesús en Caná, que hace a Juan decir que así “manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. Juan intuyó en Caná la gloria que anunciaba Isaías, creyó y se llenó del vino del amor de Dios: que vivamos así también nosotros, unidos y agradecidos a Dios.