Todos intentamos tener la casa arreglada cuando sabemos que vamos a recibir visita. El buen anfitrión siempre intenta que su huésped se sienta bien, que perciba un aprecio ya que viene a vernos. Dios Padre ha querido que, en su encarnación, el Hijo de Dios que venía a salvarnos tuviera la mejor casa, y ha preparado a María para que Él fuera dignamente recibido pero también para que los demás pudiéramos percibir, en esos cuidados, quién era el que iba a nacer de María.
¿Cuándo ha empezado esa preparación? ¿Desde cuando ha ido Dios disponiendo una morada digna para su Hijo? Desde el principio, desde Adán y Eva. Echen cálculos al amor del Padre por Jesús y por nosotros, al que ha ido acumulando con paciencia y esperanza para nuestro bien en cada nueva circunstancia, a cada decisión.
De hecho, los primeros cristianos llamaban al texto del Génesis que acabamos de escuchar “primer evangelio”, porque ya anuncia una victoria de la mujer sobre la serpiente. Cuando los judíos y los cristianos interpretan ese pasaje tienen clara una cosa: Eva no era una mujer cualquiera, pues uno de su linaje, el Mesías, se levantaría para acabar con los efectos de la caída. Pero ese Mesías no podía venir sin estar todo preparado para ello: “por Eva llegó la muerte, pero la vida ha llegado por María”, dice, por ejemplo, san Jerónimo.
¿Cuál es la preparación que Dios ha dispuesto en María? Que sea una “casa de oro”, un vientre inmaculado para recibir al Santo de Dios. Dirá san Efrén: “Sólo tú, Jesús, y tu Madre, María, sois más hermosos que ninguna otra cosa. Porque no hay en ti, oh Señor, mancha alguna, ni tampoco hay mancha en tu madre”. Los cristianos, desde muy antiguo interpretaron que si María está “llena de gracia”, tal y como le decía el ángel Gabriel, eso quiere decir que en ella no cupo el pecado.
Así, la liturgia dice de María que es “purísima”, más que pura, porque en ella rebosa la gracia. María es inmaculada porque ha sido preservada de toda mancha de pecado para que ella fuera digna morada de su Hijo sin pecado. De hecho, el evangelio de hoy no relata la inmaculada concepción de María, sino la inmaculada concepción de Jesús, pero quiere decir esto: Dios ha preparado a María para que el Santo, al hacerse hombre, encontrara un seno santo, que no le desmereciera y permitiera reconocer la venida del Hijo de Dios.
La ha preparado, además, para que, en su plena libertad, aceptara el plan de Dios donde Eva, nuestra madre, decidió no aceptarlo. Lo que hace María es dejar espacio en su vida, como ayer hacía Juan el Bautista, a Dios: “Hágase en mí” supone que te dejo hacer en mi vida, en mi tiempo, en mis planes intocables, en lo que considero mío, mis derechos, mis criterios o mis sabidurías. “Hágase en mí” es muy difícil para el hombre, no para Dios.
María ha aceptado dejar siempre hueco en su vida a Dios. Ella no ha buscado ser la salvadora del mundo, de su ciudad, ni siquiera de su familia. Ella sólo ha querido ser “la esclava del Señor”. Un tipo tan listo como san John Henry Newman termina una de sus meditaciones más conocidas pidiendo así a Dios: “Déjame ser tu instrumento ciego: Yo no pido ver, yo no pido saber, yo solamente pido ser empleado”. Eso hizo María.
Cuando nosotros hacemos sin dejar espacio a Dios, eso es el pecado. Cuando hacemos a nuestra manera, para impartir justicia, para decir de otros, para acomodarnos, eso es el pecado. María fue protegida por Dios de todo eso. Fue preservada. Pero no se lo apuntó, no reclamó su grandeza como Madre de Dios: aprendió el silencio, la fe y la obediencia.
En muchas antiguas representaciones de la Virgen Inmaculada, esta aparece, como decía el Génesis, pisando a la serpiente que tiene en la boca una manzana: en latín, el mal, el pecado, y la manzana se dicen igual, son la misma palabra; por eso, la victoria sobre el pecado viene por la obediencia a Dios. Se aplasta a la serpiente, se vence la tentación, se vence al mal, “siendo empleados”, por la obediencia.
Y este es el escándalo para el mundo de hoy, que cree que el que obedece no es libre, que el libre desobedece: nuestro mundo se salvará por la obediencia. Lo vamos a celebrar en Navidad, la salvación viene por la obediencia. Es la obediencia, la de María y la de Jesús, el modelo para cada día. Vamos hoy contra todo y contra todos, esto no es la moda, no es guay, no es divertido, pero este es el modelo de Dios. Lo pequeño, lo que no parece importante, lo valioso de verdad. ¿Qué pienso sobre la obediencia? ¿Creo que es algo para niños? ¿Creo que me resta libertad dejar espacio a Dios, hacer las cosas a su manera? ¿En qué cosas no estoy dispuesto a ceder, y reincido en el pecado?
Aprendamos hoy el camino de María para acoger a Dios en nuestro corazón, preparémosle una digna morada, porque viene cada día y desea alojarse en nosotros, sus hijos.

