Jueves Santo

18 de abril de 2025

Jueves Santo

Jueves Santo

El origen de la fiesta de Pascua es una celebración familiar. Tanto para los pueblos nómadas de la antigüedad, como para el pueblo de Israel, del que hemos escuchado en la primera lectura, como en los tiempos de Jesús, en el evangelio. El hogar es un lugar de salvación, nos da seguridad, comemos juntos, aunque sea cualquier cosa y a la carrera. Fuera, Israel se encontraba la noche, el caos, las fuerzas oscuras, la tiniebla, los poderes del mal, la muerte. La casa nos protege, en lo material y en lo inmaterial.

También Jesús se reúne en Jerusalén a celebrar la Pascua con su familia, la que Él mismo ha elegido, con sus discípulos. En esa celebración, encontramos un espacio de paz, un lugar de protección, de intimidad, de fortalecimiento…

¿Por qué? Jesús y los suyos saben la respuesta: la fuerza nos viene por el derramamiento de la sangre de un cordero. Ya aquellos pueblos nómadas, antes del pueblo de Israel, regaban con sangre animal el cerco y las piquetas de sus tiendas. Los hebreos aprendieron que la sangre en el dintel de la puerta no dejaba pasar a la muerte, mantenía a salvo a la familia. La familia de Jesús, sus discípulos y nosotros, también nos sabemos fuertes en la sangre: “el cáliz que bendecimos, ¿no es la comunión con la sangre de Cristo?”

Lo que hace fuerte a la familia, tan necesaria para la sociedad y el mundo en que vivimos, es la familia de Jesús. La casa que fortalece nuestra unidad es la Iglesia. Compuesta, como aquella que Jesús reúne en el cenáculo, al 100% por pecadores, pero salvada por la sangre de Cristo.

De hecho, lo que hace fuerte nuestra comunión, lo que hace fecundo nuestro comer la eucaristía no es que lo hacemos la margen de la Iglesia, como si así fuera más pura, es precisamente el que la recibimos por la Iglesia y con la Iglesia. Si la Iglesia necesita la eucaristía, es tan cierto como que la eucaristía necesita a la Iglesia.

La eucaristía sin un pueblo no existe, una tradición que recibimos y entregamos, eso es lo coherente con un Jesús, que decimos que hoy va a ser entregado pero también que se entrega. La Iglesia vive en la tentación del individualismo del mundo, vive en la tentación de hacer de los sacramentos algo que me encierra y protege del mundo pero también de la Iglesia: pero Jesús salva a un pueblo, a una gran familia, construye un hogar, no un montón de habitaciones.

En nuestro mundo, cada vez somos más un pueblo sin patria, sin raíces, sin identidad; detrás de la última moda o de lo último que llama la atención o que todos tienen, ven o hacen. Nos toca recordar que estamos en camino. Que tendremos casa, o casas, pero somos caminantes.

Pascua significa justo eso: paso. Es el paso de Cristo al Padre, lo decía san Juan: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. La Pascua es un camino de amor. En ese camino estamos nosotros, que estamos aquí de paso, que somos huéspedes, aunque tengamos un montón de casas a las que ir en Semana Santa.

Pero esta tierra no es lo último, no la queremos como lo último. He ahí nuestra libertad. Si queremos que nuestra casa, nuestro jardín, nuestro banco… sean lo último, no somos libres. Los poderes de este mundo no son lo último. Lo que tenemos o lo que aparentamos no es lo último. ¿Doy más importancia a lo que tengo o a lo que soy? ¿Cómo lo sé?

Aquella noche, Jesús, después de cenar con sus discípulos, con su familia, salió a la noche, al torrente Cedrón, para construir lo que acababa de anunciar, la Pascua. Su entrega generosa construye la cruz, y con ella nuestra salvación. Jesús es un tipo constructivo. Es más fácil destruir, dañar, aislarse, pero Jesús sirve a los suyos, los ama hasta el extremo, y eso es constructivo en este mundo en el que todos quieren ser servidos y amados. La eucaristía nos da fuerzas para servir, no para desentendernos de nadie.

La victoria final no será de los que matan, de los que destruyen, sino de los que se entregan, de los que laven los pies, de los que sirvan. Por eso, Jesús anuncia en la última cena el sacrificio de la cruz, su carne entregada, su sangre derramada. Las necesitamos para estar en nuestro hogar protegidos, pero también para recordar que hacia nuestro verdadero hogar vamos, no hemos llegado aún. ¿Anuncio y ofrezco la eucaristía en mi familia? ¿Me uno a la entrega de Cristo? ¿Aporto, sirvo en la Iglesia, o sólo quiero ser servido, al margen, sin construir? La misa del Jueves Santo nos recuerda que estamos aquí de paso, que somos peregrinos, nos anuncia la muerte de Jesús por nosotros, ¿por quién será nuestra muerte?

En la eucaristía se nos anticipan el misterio de la cruz y la victoria de Cristo en su muerte y resurrección, a ella decimos “amén” y así la hacemos nuestra. Agradezcamos el don del hogar que es la Iglesia, que nos alimenta, y busquemos el hogar del cielo, que hoy se nos anuncia, nuestra única y verdadera protección.